El término populismo es en sí complejo y controversial en tanto es utilizado con acepciones disímiles, incluso contrarias. Evaluar si existe relación entre populismo y arte requiere prestar atención sobre varios fenómenos y dilucidar también, en primera instancia, qué se entiende por populismo considerando, justamente, sus diferentes usos. Zambullámonos, interroguémonos y veamos qué nos depara la reflexión.

El término populismo es en sí complejo y controversial en tanto es utilizado con acepciones disímiles, incluso contrarias. Utilizado como acusación hasta como insulto en ocasiones, aparejado a señuelos como la demagogia o el clientelismo político tanto como reincorporado en la reflexión de diversos filósofos y analistas políticos. Tal es el caso, por ejemplo, de Ernesto Laclau quien en su libro La Razón Populista pretende un rescate del término de las arenas de lo marginal y del uso peyorativo para ponerlo en el centro de la escena política como “una forma de pensar las identidades sociales, un modo de articular demandas dispersas, una manera (clave para la democracia) de construir lo político.”

Por otra parte, el filósofo Ricardo Forster entiende que el problema no es semántico, sino ideológico – político y reconoce, en tanto, uno de los rasgos significativos del populismo el “volver a hacer visible como sujeto de la política a aquellos que han sido arrojados a la invisibilidad: los pobres, los marginados, los humillados, los que de alguna manera fueron derrotados en su representación política y en su construcción de sujetos activos por el discurso hegemónico del neoliberalismo.”

Pensar si puede hablarse de populismo en el arte tampoco resulta sencillo, demandaría una profunda investigación que permitiera rastrear las conexiones y los exponentes pertinentes. Si hay algo innegable es la vinculación (cualquiera sea la cara de la moneda del uso y la apropiación del término sobre la que se pose la mirada) populismo – pueblo, ya que populismo proviene de la voz latina populus: pueblo; aún sin que opere identificación alguna entre ambos, ni resulten de manera alguna términos intercambiables.

En este sentido pareciera vislumbrarse alguna punta del enmarañado ovillo de la relación arte – populismo. Sin embargo, habría que tomar en consideración a un actor más: el Estado; de allí en más, la reflexión puede tomar diversos caminos. Uno bien puede ser indagar en la historia del arte modos que puedan pensarse desde los diferentes usos del término populismo. Otro, supondría indagar los usos que los gobiernos hacen de la praxis artística; desde la promoción u organización de eventos relacionados, bien desde la postura que tomen frente a las políticas culturales o bien desde un uso propagandístico del arte. Un tercero, observar la inclusión del ciudadano “común” (distingo sólo en términos de profesionalización) como hacedor del arte, como portador de una voz que necesita y puja por ser expresada públicamente (un buen ejemplo de ello es el crecimiento del Teatro Comunitario como fenómeno). Otra posibilidad es atender aquellas obras que se construyen sobre la base de problemáticas sociales: ¿hacen un tratamiento serio, profundo y ético? ¿Abordan múltiples miradas y discursos, incluyendo los de aquellos que las padecen? ¿Se recae en excesiva estatización o banalización de los tópicos tratados? Uno más, arte popular y arte de élite ¿qué significan? ¿cómo se integra la voz del pueblo en el arte?

En fin, política, ideología, apropiaciones del discurso, la obra de arte misma como contenedora de estos otros aspectos enumerados, son en todo caso instancias que se implican mutuamente y cuyos límites o fronteras se tornan demasiados lábiles. Y el espectador, oyente, participante de la obra, un sujeto atravesado por todas estas cuestiones como por la cultura misma■

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