A pesar de que algunas ideas están difusas, y sumado con algunos conceptos que se encuentran errados, hay, por suerte, conceptos muy definidos y precisos que no admiten errónea interpretación. Y son los más preciados, ya que ayudan a dar claridad al resto de sus colegas.
O se va para atrás o se va para adelante. O se avanza o se retrocede. Unión o separación, individual o colectivo. Es lo que se conoce como conjunciones disyuntivas. Ambas opciones pueden aparecer como correctas, pero la una excluye a la otra. No pueden ser correctas las dos en el mismo momento.
Aquí no hay medias tintas, ni grises. Es el ámbito más fructífero de las ciencias políticas, donde se construyen los proyectos y los “modelos” (palabra sobre-utilizada últimamente); pues implica decidir entre opciones -como ya he apuntado- posibles y correctas. El problema es el momento en que se toma la decisión. Es lo que divide las aguas entre un “estadista” y un “oportunista”.
La Revolución Francesa, trazó con su “libertad, igualdad y fraternidad” un límite y una ideología a los Estados modernos de manera infranqueable. Nadie es capaz de dudar ya de tales principios y derechos, al menos de los dos primeros. ¿Es que no hemos tenido tiempo de leer el lema hasta el final? ¿Qué ha pasado con la fraternidad? “Lo mejor para lo último”, dicen.
Fraternidad, se entiende a la unión y buena correspondencia entre hermanos o entre los que se traten como tales (igualdad de trato). Diversas escuelas de la filosofía han intentado delimitar y reivindicar el término. Los positivistas, como “altruismo”; Stuart Mill y Hebert Spencer, en nombre de la unión de intereses; Schopenhauer, por el sentimiento de la piedad, limitativo del derecho natural del más fuerte, etc.
Aparece la fraternidad como elemento armonizador, como “válvula de escape” entre libertad absoluta (individualismo) e igualdad absoluta. Y así lo dicen la concordante y consolidada “doctrina de la solidaridad” de la Corte Europea de Derechos Humanos, y más recientemente la Corte Interamericana de Derechos Humanos, donde los derechos absolutos ceden, en los casos concretos, a favor de la solidaridad.
Existe también lo que denominamos Ius Cogens o “Derecho de Gentes”, en el cual se consolidan principios intransgredibles de Derecho internacional, y crean fuente de derecho. Normas aceptadas y reconocidas por la comunidad internacional de Estados en su conjunto, como norma que no admite acuerdo en contrario. Sumado al “Principio de Progresividad”, nuevamente del Derecho Internacional Público, que imposibilita modificar derechos ya adquiridos (reformatio in peius). No se puede modificar la norma en detrimento del los ciudadanos. El sentido del Humanismo está trazado “hacia adelante” y hacia arriba.
Pero aun así, el término fraternidad carece de aceptación. Es una palabra débil, “afrancesada”. Que hasta puede invocar alguna connotación romántica y poética. Mala suerte la de algunas palabras.
Aquí me permito abrir un paréntesis netamente borgeano para contar una pequeña anécdota:
En el marco de la Exposición Homenaje a Xul Solar, en el Museo Provincial de Bellas Artes de La Plata, el 17 de julio de 1968, Borges pronunció un discurso dedicado a su entrañable amigo Xul.
En el mismo discurso, cuenta el amigo Borges, que en una convención sobre arameo antiguo, estaba en discusión la pronunciación de una palabra especifica. Xul estaba empeñado en demostrar que la pronunciación que la conferencia adoptaba por mayoría absoluta, estaba equivocada. No lo logro. Luego de varios años, con Xul ya fallecido, Borges asiste a otra conferencia, donde se aceptaba definitivamente la propuesta que años antes había hecho Xul Solar. Y reflexiona Borges:
Borges consideraba a Xul un hombre digno de ser llamado cosmopolita, un ciudadano del cosmos cuya personalidad desbordaba la estructura de los Estados nacionales. Ponía de manifiesto la arbitrariedad de dichas divisiones y la naturaleza típicamente convencional de los símbolos, que integran el legado cultural de occidente mediante la invención incesante de idiomas, religiones, matemáticas. Pero no es necesaria tal proeza, para ser ciudadano del mundo, según entiendo.
Cierro el paréntesis y me encamino hacia el final de mis ideas.
Se va perfilando en los ámbitos jurídicos y académicos europeos, un estatus de “ciudadano europeo” mucho más concreto que el que se entiende actualmente. Una igualdad entre todos los ciudadanos de Europa, con beneficios y protecciones, como seguridad social, educación y trabajo “común”. Y el concepto de lo “Nacional” se va diluyendo, sabiamente, más allá de que siempre hay gente confundida que quiere ir en contra del sentido de la historia, y se choca de bruces con ella.
Marine Le Pen, en sus recientes declaraciones (es la actual titular de la extrema derecha francesa), afirma que en caso de triunfar en las elecciones presidenciales, re-negociará la permanencia de Francia en la Unión Europea y, de no acatarse sus pedidos, irá a un referéndum, para que el pueblo francés decida si quiere o no seguir perteneciendo a la Unión. Violando, varias normas de derecho interno, externo, pero más grave aún, violando el sentido común. Y el sentido de lo común.
Ensayo una idea sobre los populismos, de cualquier ideología. Una idea o movimiento es “populista” cuando es esencialmente, contradictorio. Cuando lo que se dice y lo que se hace no tiene armonía. Las conjunciones disyuntivas, cohabitan en el populismo. Acción e ideología se contraponen. Y los ejemplos son hartos. Con nombre y apellido. Incluso el populismo, tiene esta suerte de impunidad de lo irrazonable. Y volvemos a lo de siempre, interpretar “lo que el pueblo quiere” y vaya uno a saber quién es el pueblo y qué es lo que se dice que quiere.
Termino con una gran esperanza de la revancha terminológica. Fraternidad y Cosmopolismo se comienzan a escapar de la mortal frivolidad y desdén con el que se los ha prostituido. Y sí, yo sé que “la caridad empieza por casa”, pero mi casa es el mundo■