En el 2012, los medios de comunicación Le Monde y La Vie editan El atlas de las utopías. 200 mapas, 25 siglos de historia. Asequible a 12 euros en Francia y a distintos valores en Austria, Bélgica, Canadá, Italia, Luxemburgo, Marruecos, Portugal, Suiza y Tunes, esta edición “fuera de serie” se hace digna de mención. ¿Cuáles son las utopías del mundo según Le Monde? ¿Qué sitio encuentra América Latina en ese compendio?

 

Los pilares del mundo

Un atlas es, por definición, una colección de mapas geográficos e históricos compilados en un volumen con un criterio. En su acepción mítica, Atlas es uno de los Titanes, promotor de una guerra contra los dioses y condenado por Zeus a sostener el firmamento (o los pilares que sostienen la tierra) sobre sus espaldas. Ambas nociones evidencian con claridad la intención del volumen que nos convoca, donde cada utopía es acompañada de un mapa, de un planisferio o de un plano. Todos poseen su propio sistema de referencias en función de lo que se pretende mostrar y están protegidos por derechos de autor.

En el afán por escribir mejor, encontraremos, quizás, que la sustitución léxica del presente artículo es complicada. No existe ninguna palabra que reemplace “utopía”. Y esa carencia es de por sí elocuente. Del mismo modo, ningún sinónimo de “atlas” portará su sentido mitológico.

Ejemplar fuera de serie

La colección fue publicada en colaboración entre Le Monde y La vie. Sus editores Franck Nouchi y Jean-Pierre Denis caracterizan la empresa como una reedificación de las grandes temáticas con el objeto de un desciframiento de lo real. El mundo de hoy –dicen– le debe mucho a las utopías de ayer. Pero el imaginario no tuvo siempre buena prensa. Hemos perdido nuestra capacidad de soñar colectivamente y allí está la exhortación al análisis de las nuevas aspiraciones, desafíos e invenciones.

Una inspección detallada del índice revela un criterio analítico que además reproduce la alineación temporal. Este atlas, en formato revista, pivotea entre la enciclopedia que pretende ser y la edición “fuera de serie” que en verdad es.[1] A su vez, forma parte de una colección que Le Monde promete como “obras de referencia para comprender nuestro mundo de ayer, de hoy y de mañana”. Se trata de un conjunto de cinco atlas: de las migraciones, la globalización, las religiones, las minorías y las civilizaciones. El quinto es sin dudas el más original: las utopías. No por que éstas lo sean de suyo, sino porque un atlas de utopías es de por sí una contradicción. Veremos por qué.

El volumen está dividido en cinco partes. De orden didáctico-pedagógico, la primera responde la pregunta “¿Qué es una utopía?”. La definen un arquitecto, una científica, una jurista, un agricultor, un poeta y un psiquiatra. El primer mapa muestra una distribución del pensamiento utópico. La lupa está ubicada en Europa. Los pensadores se encuentran en el viejo continente. Estados Unidos es el centro de las filmaciones de las utopías que nos legaron las narrativas audiovisuales. Si le creemos a este mapamundi, pensaremos que las huestes del pensamiento europeo jamás han asomado sus ápices en América del Sur ni en Oceanía ni en Asia ni, mucho menos, en África, o que los pueblos de esos continentes no han ejercitado la imaginación en función de una comunidad soñada. Sí merece atención, entre las referencias, la presencia de ciudades antiguas convertidas en míticas (Tiahuanaco y Teotihuacan, que comparten elenco con Jerusalén, Babilonia, Alejandría o Gran Zimbawe), de tierras imaginarias (El dorado) y de comunidades utopistas autosuficientes o colonias artísticas espirituales (Gaia, en Argentina, y Altinópolis, en Brasil). Cierra esta primera unidad Edgar Morin, sociólogo y filósofo, con un artículo que se titula “La buena y la mala utopía. Cuando el sueño se convierte en pesadilla”, donde expone su preocupación sobre la imposición violenta de un afán quimérico. 

La segunda parte se consagra a la construcción de una genealogía del pensamiento utópico. En el artículo “Primer concepto de un lugar que no existe”, Sonia Darthou habla de la utopía en términos paradojales: es una palabra que, aun cuando está compuesta por morfemas griegos, no forma parte de ese vocabulario. Su sentido entraña un oxímoron evidente: el de un sitio privado de ubicuidad. Podemos agregar entonces que un atlas de utopías incurre en otra contradicción: es una antología de mapas sobre lugares –del espacio y del tiempo– ilusorios. La etimología de la palabra explica el inicio de la obra en un sitio que ya es lugar común de todo estado de la cuestión: la Grecia clásica, donde aparecería el primer atisbo de pensar un locus que no ha venido a la existencia. Pero, ¿no es, acaso, la utopía un recurso del imaginario humano presente en todas las culturas anteriores, posteriores y contemporáneas a la Grecia clásica?, ¿o en realidad es imposible escindir el concepto de su horizonte lingüístico? Si Grecia es un lugar común para el inicio, ¿qué cabe decir de las raíces judeocristianas? Llenan las páginas de esta unidad el paraíso como jardín de los méritos, el mesianismo y la espera de un orden divino, las primeras comunidades cristianas y las ciudades míticas. A partir de ahí, el volumen se desplaza del plano de los orígenes simbólico-religiosos hacia una dimensión histórica. Los capítulos abrevan en las utopías políticas de Thomas Moro (y la inclusión del viaje de Cándido por América del Sur), la Reforma y el nacimiento de las iglesias protestantes, el Nuevo Mundo y la conquista de la libertad, la francmasonería y las logias de la sabiduría, la arquitectura de los iluministas, el siglo de los constructores de la racionalidad, la Revolución Francesa y el advenimiento de la ciudadanía. Esta primera parte de la unidad, abocada al pensamiento, se restringe a una visión más conservadora de la historia de la cultura. A continuación, se pasa al plano de la fantasía: las tierras imaginarias y lo desconocido, como un monstruo que nos devora. Y finalmente repara en un proyecto utópico que, sin embargo, sustenta la edición del atlas, demostrando su factibilidad: la representación del mundo y el sueño de crear un planisferio.

“Las utopías en marcha” es la tercera parte y versa sobre el conjunto de proyectos que han cimentado durante el siglo xix y xx. En la introducción, titulada “El xix, el siglo de las utopías apasionadas”, Simone Dobout dirá que en este período las utopías se sitúan, ya no en una tierra irreal, sino en nuestras propias sociedades reales y dinámicas. En “Movilidades y comunicación. Siempre más lejos, más rápido”, Mathieu Flonneau hace una reflexión acerca de la tecnología en función del transporte. Sobre el planisferio que acompaña su artículo, elabora una línea de referencias que muestran el trayecto de Phileas Fogg, el personaje principal de La vuelta al mundo en ochenta días, de Julio Verne, y lo compara con los tiempos de la actualidad. Jean Sallier, geógrafo e historiador, habla del esperanto como antídoto a la exacerbación de los nacionalismos del siglo xix. Un globo terráqueo representa las organizaciones de difusión de este proyecto alrededor del mundo. En Latinoamérica, se destacan Brasil, Argentina y Venezuela. Sobre un mapa de las fronteras europeas de 1830 a 1919, vemos el territorio de Moresnet, entre Prussia y Bélgica, donde el esperanto era parte de un proyecto de microestado. De todas las lenguas inventadas, solamente la del Dr. Zamenhoff forma parte, hoy en día, de una verdadera comunidad internacional que sigue militando. En “La medicina triunfante. Las enfermedades no ceden aún”, Paul Benkimoun muestra, a través de un mapa, la victoria de nuevas enfermedades infecciosas entre 1940 y 2004 y la compara con el desarrollo de antibióticos, ampliamente notable entre esos mismos años. A continuación, encontramos “La eugenesia. Perfeccionar la especie humana”, un artículo que alerta sobre la concreción de una posibilidad médica peligrosa. Luego de recorrer las formas de experimentación del nazismo en Europa, el texto presenta como ilusoria la posibilidad de determinar qué genes son realmente favorables a la humanidad: “Y sin embargo, -sostiene el autor- en 1995, un plan de esterilización de los amerindios fue puesto en práctica por Fujimori, dictador[2] de Perú”. En Latinoamérica, Brasil, México, Cuba, El Salvador, Venezuela y Uruguay, presentan el sombreado que indica la creación de asociaciones de eugenesia para la investigación y el lobby, entre 1900 y 1920. El artículo intenta alertar y demostrar que el eugenismo es una nueva forma de eugenesia. Se asoma el peligro de la distopía.

Entre otras utopías en marcha abordadas en esta sección, se encuentran artículos sobre la escolarización como desafío planetario (centrado, fundamentalmente, en el caso europeo) y la democratización de las vacaciones como derecho garantizado por los sistemas de seguridad social o los sindicatos. En “Combate para un feminismo plural”, Eleni Varikas presenta un planisferio de sombreados que van del violeta al lila para representar el desarrollo del voto femenino a lo largo de los años en cada país. Los más claros son los Estados precursores. A Argentina, le corresponde el tono intermedio que la ubica entre los que obtienen el voto de las mujeres en la posguerra. América Latina tiene todos los sombreados posibles, excepto el más violeta y retardatario, que abunda en África. Europa es el continente con más lila, disputado por el territorio ruso, norteamericano, brasileño y australiano. Sin embargo, en este último país y en Estados Unidos, el lila engaña: el acceso al voto era, en sus orígenes, privativo de las mujeres blancas.  

Armand Matterlat, en “Las comunidades en el Siglo xix”, describe distintos proyectos de comunidades autogestionadas. La lupa de los gráficos está sobre Estados Unidos. América Latina fue otro terreno de experimentación de utopistas. En México, por ejemplo, con la llegada en 1861 del anarquista griego Plotino Rhodakanaty, proudhoniano y fourierista, se funda en la región de Chalco la Escuela del Rayo y del Socialismo, de donde saldrían los revolucionarios que lucharían contra la acaparación de tierras por los hacendados. En este artículo, el paratexto no sólo ofrece mapas, sino también planos posibles de comunidades socialistas, comunistas y anarquistas puestas en marcha en el siglo xix. Entre los países de nuestro continente, se destacan Brasil con el Falansterio de Oliveira (1841), la unión industrial de Sahy (1841), la colonia La Cecilia (1890) y Cosmos (1900); Paraguay con la Sociedad de Colonización Cooperativa de la Nueva Australia (1893) y la colonia Cosme (1894); y Venezuela con Expérience (1844). La colonia San José en Entre Ríos, Argentina, también había sido fundada con el espíritu de Charles Fourier, pero este dato se le escapa al articulista. Sigue un texto sobre las comunidades en Francia en el siglo xix donde Thierry Paquot hace un recorrido de los creadores de falansterios en el Hexágono.[3] En “Creación. Artísticamente libertaria”, de Phillippe Dagen, se presentan algunas comunidades de artistas que intentaron cambiar el mundo en el siglo xx. El texto es acompañado por un esquema circular que ilustra los ámbitos de formación disciplinaria propuestos por ciertos paradigmas artísticos como el Bauhaus.

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En “El urbanismo en el siglo xix y xx”, de Thierry Paquot, se desarrolla el modo en que urbanistas y arquitectos rivalizaron en su afán de imaginar ciudades y construcciones ideales de concepción humanista. Los elementos paratextuales son, nuevamente, planos urbanos o casas individuales transportables y de economía energética funcional.  

Llama la atención que las utopías políticas no sean las primeras en aparecer. “El anarquismo. Un ideal libertario sin Dios ni amo” es un trabajo del historiador Gaetano Manfredonia, donde se sitúa el despertar del imaginario anarquista europeo en el siglo xix, como epicentro de las teorías ácratas y los inicios de la coordinación de sus movimientos. Otro tanto hará Rene-Éric Dagorn, historiador y geógrafo, con respecto a la utopía comunista que, cuando deviene una realidad soviética, se convierte en una inmensa máquina de sometimiento. Pero, por fuera del espectro de pesadilla que se le atribuye al destino de ese sueño, no encontramos ningún artículo que se consagre a la Revolución Cubana o a los movimientos de izquierda relevantes en América Latina. En un atlas semejante, sería meritoria la mención del camino no violento para la consolidación de un Estado socialista propulsado por Salvador Allende en Chile. A pesar de esta deuda, la no violencia sí es materia de atención: Laurent Grzybowski, periodista de La Vie, describe esta filosofía como resistencia activa, colectiva y militante. El espíritu filosófico y político iniciado por Gandhi sigue vigente y se manifiesta en movimientos difundidos en todo el mundo. El planisferio que ilustra esta utopía en marcha indica dos organizaciones en nuestro continente: en 1977, la creación de Madres de Plaza de Mayo y en 1984, la resistencia contra el desmonte de la selva amazónica. Probablemente la casuística sea enormemente más amplia, pero hay que entender los límites del espacio y dispensar también el poco desarrollo sobre la acción de estas entidades. El mapa señala distintas corrientes alrededor del mundo que luchan contra las guerras, las ocupaciones, las dictaduras, la segregación y el apartheid, la tortura, el genocidio, los derechos económicos y sociales de las poblaciones y las armas nucleares.

Algunos de los temas que completan esta unidad son el sionismo, como promesa de una tierra para la diáspora judía; el panarabismo, como comunidad cultural, lingüística y religiosa que otorga unidad a las diferencias culturales de los países árabes; y, finalmente, la conversión contra-utópica de las ficciones de comienzos del siglo xx. La ilustración expone el mundo en 1984 según George Orwell.

La parte cuarta tiene un título polémico: “¿El fin de las utopías?”. La condición contemporánea de los temas por tratar, ¿justifica que se aborde cada tópico como si habláramos del fin de los tiempos?, ¿es un signo de “posmodernidad”? Por fortuna, los editores optaron por la respuesta tentativa y el signo de interrogación. La introducción de Frédéric Lenoir afirma que todas las utopías comparten la fraternidad humana universal. La ecología es el nuevo ensueño, acorde también con la generalización de la democracia en el mundo. Las primeras notas de este capítulo compartirán esa preocupación. “La seguridad alimentaria. ¿El fin del hambre?”, de Gilles Fumey, muestra un planisferio con la disminución de la proporción de personas subalimentadas en los países en vías de desarrollo entre 1990 y 2011. Argentina, Chile y Uruguay no ofrecen datos disponibles. El resto de Latinoamérica se encuentra entre los sitios con mayor reducción. Siguen “El reciclaje. Residuos cero. ¿Un recorrido sin fin?” de Gilles Van Kote y “Salvar el planeta. El medioambiente reclama una organización”, de Olivier Nouaillas. ¿Cómo se generaliza la colecta de desechos reciclables? Van Kote responde a partir de un esquema industrial de tipo “basura cero”, consigna de raigambre rousseauniana donde subyace la idea de que el buen salvaje no produce desechos.

Pero el tenor de actualidad no se limita al medioambiente. Los conflictos sociales aún rebalsan y siempre lo harán. Por eso, Arnaud Gonzague se ocupa de los indignados como movimiento de búsqueda de otro sistema alternativo al neoliberalismo. A continuación, se trabaja con las comunidades contemporáneas (algo así como los falansterios del siglo xx y xxi), el olimpismo como comunión deportiva, el modelo político de la unión europea y el panafricanismo (huelga aclarar que no hay artículo alguno destinado al concepto latinoamericanista de Patria Grande). A través del abordaje de las revoluciones árabes como posibles pasos hacia la democracia, Le Monde muestra un conjunto de planos de las plazas como epicentros de movimientos revolucionarios. Son elegidas, como ejemplos, la Plaza de Mayo en Buenos Aires y la Plaza de la Revolución en La Habana. Completan el catálogo: la justicia restauradora, como alternativa al sistema penal; las prisiones a cielo abierto, como renovación de actitudes ciudadanas y humanas; y, en otro orden de cosas, el cine de ciencia ficción, como anticipatorio de una visión sombría de la humanidad.

En la quinta parte: “Las utopías del mañana”, se destacan los proyectos arquitectónicos que repiensan las ciudades alrededor de la naturaleza. El mapa que acompaña es un “habitárbol”, una estructura orgánica autoclimatizada y un laboratorio flotante en medio del océano. En “Las mujeres al poder”, la cartografía de sombreados indica la presencia de mujeres en la presidencia. Argentina posee uno de los más precoces, aunque por desgracia se deba al caso de Isabel Martínez de Perón. ¿Por qué es esta una utopía del mañana y no de hoy?, misterio. A continuación, se desarrollan temáticas variopintas, a saber: el matrimonio “de amor” contra la tradición de las bodas forzadas (un tema que concierne al relativismo cultural en la Europa de la inmigración actual), la paz y el mundo sin conflictos, el fin de la fractura norte-sur, la libre circulación para todos en un mundo sin fronteras, Internet como ciberespacio genuinamente libre, el hombre eterno y el envejecimiento tardío, los tecnoprofetas que anuncian una “mejora” de la salud a través de implantes electrónicos, las soluciones de los estados para dominar el clima, las energías renovables y la fusión nuclear, como una opción por confirmar. Clausuran el atlas dos artículos sobre la exploración de Marte y la presencia del hombre en el planeta rojo.

Atlas de la utopía y el poder

Le Monde se comienza a publicar en 1944, con una mirada de centroizquierda, según el espectro político de Francia. Es el periódico francés de mayor difusión en el extranjero hacia el que se orienta desde su nacimiento, cuando el General Charles de Gaulle motiva su fundación (concretada por Hubert Beuve-Méry). El grupo Le Monde edita también el periódico digital La vie, la revista Courrier International, el semanario sobre televisión y radio Télérama, y una gran cantidad de colecciones de libros. Además, tiene acciones de Le Monde Diplomatique. En 2010, fue capitalizado por tres inversores: Pierre Bergé, industrial y “mecenas de izquierda”, Xavier Neel, dueño de Free (uno de los servidores de Internet más fuertes en Francia) y Matthieu Pigasse, de profesión banquero. Los empresarios invirtieron 110 millones de euros en la recapitalización del medio.[4] A pesar de eso, el entonces director afirmó que el socio nuevo no intervendría en el contenido. ¿Utopía? Lo dejo a su criterio.  

Eso sí: nadie puede negarle mérito a la antología de imaginarios vigentes. Este catálogo nos ayuda a integrar la historia con esos fantasmas futuristas que matizan toda expectativa. Nos revela un camino de concreciones perfectibles y se convierte en la catarsis de todo soñador nato.  

Construir un atlas semejante es en sí mismo una utopía que los autores definen como tal cuando hablan, por ejemplo, de la cartografía y de otros proyectos ilustrados. Hacerlo es ejercer y demostrar un poder.

En qué lengua se escriben las utopías no es algo menor. Supone el problema de qué es posible pensar y decir: ¿es acaso impensable lo que el lenguaje no puede nombrar? ¿Esta creencia es un placebo contra la frustración de no poder pensar más allá de lo nombrable?

El volumen, del que nadie niega su excelente calidad, peca de amplitud. Si pensamos que todo proyecto es una utopía, corremos el riesgo de restarle rigor conceptual al término. ¿Qué parte de su significado nos ayuda a delimitar el campo de lo utópico?, ¿su oxímoron?, ¿importa acaso?

Una utopía es querer mirar del otro lado del océano. Imaginar que hay una tierra que nos imanta. Investigar cómo navegar a ese puerto y comenzar a gestionar los recursos. Los mapas de un atlas conforman un portulano, un conjunto de planos de puertos para acceder a un patria desconocida, un cómo llegar. En ese trazado, también hay un poder que un emporio ejerce como vicario y mesías de las quimeras, pues pretende guiar el mundo en su conocimiento de sí mismo. El enunciado revela la desproporción de un proyecto pantagruélico y, sin embargo, factible. Reflexionamos, cartografiamos y publicamos una colección de utopías porque podemos. El poder, en este caso, es el de ejecutar los recursos necesarios para obtener colaboraciones, corresponsales internacionales y alcance masivo, tanto impreso como digital. Y porque tienen el poder de hacerlo, le dicen al mundo –porque el mundo son– en qué lugar del orbe se encuentran las naciones. Ya no sólo en ámbito factual, sino también en los sueños que somos capaces de construir como humanidad. Soberbio, lleno de goteras, pero con alta calidad

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[1] Las ediciones hors-série son abundantes en la prensa francesa. No son otra cosa que suplementos que salen por fuera de las ediciones regulares, de variadas temáticas abordadas por especialistas, profesores e investigadores, convocados para la ocasión o por periodistas del medio.

[2] En el original figura el término “dictateur”.

[3] Forma habitual de llamar a Francia por la forma de su territorio en el mapa.

[4] http://www.clarin.com/europa/Monde-clasico-diario-frances-dueno_0_289171166.html

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