Uno de los temas más controvertidos de los últimos tiempos en materia de agricultura y alimentación es el uso de agroquímicos y organismos genéticamente modificados (OGM). Nada mejor para echar algo de luz que conversar con Martín Lema, Licenciado en Biotecnología y Director de la Dirección de Biotecnología del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación. Una charla en donde no quedaron afuera el temor a lo nuevo, los intereses solapados y los peligros del monocultivo.


¿Quién es Martín Lema?

Lic. en Biotecnología, Profesor Adjunto de la Universidad Nacional de Quilmes y Director a cargo de la Dirección de Biotecnología de la Secretaría de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación. Secretario Ejecutivo de la Comisión Nacional Asesora en Biotecnología Agropecuaria (CONABIA). Autor de varios libros y artículos sobre biotecnología y bioseguridad, asimismo ha sido comisionado como representante de Argentina ante diversos foros internacionales relacionados con la biotecnología agropecuaria. Entre sus actividades pasadas se cuenta la investigación, gestión universitaria y asesoramiento a empresas y gobierno en temas de biotecnología.

Andén: Casi 20 años después de haberse aprobado el primer OGM en el país ¿casi el total de la soja que se cultiva es OGM?

M.L: Sí, Prácticamente toda y lo mismo pasa con el maíz y con el algodón. Casi la totalidad del comercio es con semillas OGM. Eso no quita que en el caso por ejemplo del maíz tradicional haya una producción muy importante en el norte que tiene su propio tipo de producción y en donde no se utilizan OGM, pero lo que hace al mercado formal de semillas es casi todo OGM.

Andén: ¿Por qué tuvo tanto éxito el cultivo con semillas OGM?

M.L: Uno podría señalar varios factores: agrega ventajas para el productor, las plantas tienen mayor productividad y que son ventajas que también se podrían haber obtenido con otras tecnologías como el mejoramiento tradicional o la mutagénesis. En este caso se obtuvieron primero y más fácilmente por ingeniería genética y esas ventajas llevan a que el agricultor las busque. También es cierto que las compañías semilleras tratan de acumular ventajas en un mismo producto, entonces por ahí no es solamente la modificación genética sino también la modificación genética por transgénesis puesta en el mejor contexto, con el mejor background genético. Entonces vos tenés buenas variedades que son ofrecidas con la modificación genética adentro. Más todo el trabajo de promoción y venta. La industria semillera apostó a usar esa tecnología y los productores la tomaron.

Andén: Teniendo en cuenta ese éxito, ¿no tiene ninguna contraindicación o desventaja llevar la totalidad de la agricultura comercial al uso de transgénicos?

M.L: No porque, desde el punto de vista de lo que generalmente se le señala que es la inocuidad alimentaria y el cuidado del medio ambiente, son tecnologías seguras. Su seguridad está probada ante los organismos oficiales incluso – y esto puede sonar a compadrada – pero se puede estimar que son más seguras que otras alternativas nuevas que entran al mercado que no sean transgénicas porque no están tan chequeadas.

Andén: Siguiendo con esto de la seguridad. ¿Por qué creés que está instalada la idea de que los OMG podrían llegar a causar daños a la salud?

M.L: Yo creo que se han sumado varios factores, algunos relativamente más inocentes que otros no tan inocentes. En el extremo de lo más inocente uno podría pensar en lo que es la desconfianza hacia lo nuevo. Los alimentos derivados de cultivos OGM son presentados como provenientes de una tecnología nueva, creada recientemente por el hombre y que eso podría crear riesgos desconocidos. Habría que ver cuánto asidero tiene eso en la realidad. Después tenemos lo que yo llamo “el tiro por elevación”; es decir, intereses que justificadamente o no están en contra de determinados actores económicos y en vez de ir al núcleo de lo que les molesta tratan de difundir una imagen negativa de las tecnologías o productos.

Andén: ¿Cuáles serían estos intereses?

M.L: Son detractores del origen, de quién comercializa, no porque de entrada se sospechara que el producto sea peligroso, sino más bien porque tienen un desacuerdo ideológico o anticipan que desde tal fuente va a haber problemas si comercializan alimentos o productos relacionados con alimentos; para oponerse a eso, en lugar de hacer foco en los aspectos que realmente les preocupa que quizás son más difíciles de comunicar al público en general, recurren a demonizar y lanzar rumores acerca de estas tecnologías y sobre la seguridad de esas tecnologías, lo cual tiene un impacto mucho más inmediato en la persona promedio de la calle. Si le dicen que hay un riesgo sin entender de qué se trata el riesgo, por precaución se retraen. Creo que les preocupa la forma de trabajar que tienen los que manejan estas tecnologías. 

Andén: Hay cada vez más estudios acerca de la peligrosidad del glifosato. ¿Cuál es la política oficial con respecto a eso?

M.L: Yo estoy a cargo de la Dirección de Biotecnología, nuestro trabajo tiene que ver más con la revisión de que los cultivos sean seguros para el medioambiente y para la alimentación, no tanto con el lado químico cuando hay un paquete; por ejemplo, un cultivo resistente a un herbicida. La evaluación y la certificación de ese herbicida es seguro para ser utilizado y la forma de utilización depende del SENASA. De todos modos, todo esto depende del Ministerio de Agricultura y con esto no estoy evadiendo la pregunta, simplemente aclaro que el interlocutor más adecuado probablemente esté en el SENASA. Ahora bien, dicho esto, pasa lo mismo que con los OGM. SENASA ha evaluado el agroquímico, su inocuidad o cuál es el nivel de peligrosidad que tiene y ha evaluado que, utilizado de la forma que se supone que tiene que ser utilizado, es un producto que no es riesgoso. De no estar usando glifosato, hoy día se seguirían usando productos de tecnologías desarrollados antes, que por la clasificación de peligrosidad de la organización mundial de la salud son más peligrosos. La cuestión es que es un producto como otros herbicidas y agroquímicos que han pasado por los controles del gobierno y que este estima que son seguros siempre y cuando se utilicen de la forma que se recomienda su uso.

Andén: Entonces, ¿La responsabilidad queda en manos de los particulares que hacen uso?

M.L: Sí. Si hay un mal uso y se rocía donde no se tiene que rociar y hay un contacto con el medioambiente y con las personas que no es el que se preveía y eso acarrea un daño, el responsable es el que dispersó ese producto. No el que lo vendió. La responsabilidad podría estar con el desarrollador del producto si el desarrollador o el vendedor hubiese ocultado información sobre su seguridad; es decir, si conociera algo sobre su seguridad y no lo hubiese revelado. Pero asumiendo que se conoce la totalidad de la información han sido evaluados como seguros por el gobierno. De todos modos, esa decisión siempre está sujeta a una revocación siempre que aparezca evidencia sólida de lo contrario. A partir de ahí, si hay un mal uso y eso acarrea un daño, el responsable es quien hizo el mal uso; y si alguna vez ocurriese un daño aparecido luego de un uso aceptado entonces habría que revisar lo que se sabe de ese producto y revocar su autorización.

Andén: ¿Las tecnologías para realizar OGM tienen desarrollo local o simplemente replican tecnologías extranjeras?

M.L: Depende de qué parte del desarrollo se mire la respuesta es diferente. Por ejemplo, si mirás lo que es la ingeniería genética propiamente dicha hoy día, sí hay desarrollo local ya que en el Conicet y en el INTA hay investigadores que desarrollan sus propias plantas transgénicas para distintos problemas, algunos de los cuales son muy propios de Argentina y ninguna otra entidad en el mundo se está ocupando en desarrollar ninguna solución, por ejemplo enfermedades como el mal de Río Cuarto. Lo que ocurre es que a pesar de haber desarrollo local a nivel científico tecnológico todavía no hay productos genéticamente modificados por argentinos en el mercado argentino. Eso atiende a razones históricas y de contexto, como ser que la tecnología se originó en otros países y además la regulación para chequear que estos productos sean seguros es muy pesada económicamente, no porque el estado lo cobre, sino que los estudios que hay que enviar a hacer para luego presentar ante el estado son muy costosos y llevan mucho tiempo. No están al alcance de cualquier investigador argentino. Por ahí está al alcance de un investigador o una empresa argentina generar un cultivo OGM pero no está al alcance de cualquiera demostrar que ese cultivo es seguro. Por suerte, eso está cambiando. En este momento hay empresas argentinas que se empiezan a asociar, el caso más conocido es INDEAR, y apoyar el desarrollo comercial de OGM; y esperamos que de aquí a unos pocos años haya cultivos desarrollados por argentinos que estén disponibles a la venta para agricultores argentinos. A nivel del mejoramiento sí hay trabajo argentino puesto en las variedades que ya están en el mercado.

Andén: ¿Existe hoy un mercado de animales OGM en nuestro país?

M. L.: No existe ningún animal OGM que un productor pueda comprar y utilizar. Sí hay animales OGM para desarrollar investigación con el fin de llegar a un producto aplicable para ser comercializado el día de mañana pero no se pueden hoy comercializar ya que no han afrontado las pruebas de bioseguridad. Tenés las vacas de Biosidus que son vacas OGM para que produzcan fármacos en la leche, no van a ser utilizadas como alimento sino que son únicamente medios para producir fármacos.

Andén: En muchos países del mundo se etiqueta a los alimentos indicando si han sido producidos con OGM, ¿por qué no ocurre eso en nuestro país?

M.L: Porque no hay una norma que lo requiera. Lo que quizás es importante considerar es por qué en otros países se hace eso. La posición argentina que se ha discutido en el marco del Codex Alimentario -que es un organismo multilateral que regula los standards en alimentos- es que no hay ninguna razón de inocuidad alimentaria para requerir el etiquetado de los OGM ya que se supone que en los países hay sistemas regulatorios que dictaminan que son seguros para comerlos. Se liberan al mercado una vez que se ha chequeado que son seguros, por lo tanto no hay nada que avisarle al consumidor por medio del etiquetado con respecto a la inocuidad de ese producto. Es más, el uso del etiquetado, algunos consideran que pueden inducir a error: si el consumidor toma el producto y ve que le avisa que es OGM y no le avisa por qué le está avisando sería perfectamente válido que presuma que le avisan porque hay algún riesgo para su salud. De la misma manera que los cigarrillos avisan que producen cáncer. Visto desde esa óptica las normas para OGM no están basadas en una necesidad de proteger al consumidor sino en una necesidad de manipular su consumo, más que de orientarlo neutralmente. Anticipando que el consumidor lo va a rechazar por no entender muy bien por qué le están avisando que eso esta genéticamente modificado. Si un país alega que tiene una ley de etiquetado para proteger a los consumidores ese estado estaría incumpliendo con su rol de brindar seguridad. Uno de los roles del estado en materia alimentaria es cuidar que los alimentos sean seguros antes de llegar al consumidor. No dejar que este se arregle solo. Otro argumento que se alega es el derecho a saber, por lo tanto se requiere el etiquetado sin más fundamento que eso. En ese caso estamos hablando de un requerimiento arbitrario (sin darle un sentido peyorativo) simplemente porque al consumidor le piache que quiere saber. Al ser subjetivo dependerá de cuántos consumidores lo quieren, de que esto llegue a los legisladores, y de que estos lo hagan. Hay que tener en cuenta que el etiquetado no es neutral en términos de costo para la industria. Implica segregar. Mantener canales para OGM y canales para los que no lo son con la consecuente necesidad de preservar algunos de una manera diferente que tienen un costo. El etiquetado sin fundamento pone en la balanza el interés de ciertos consumidores con los costos de la industria. De ahí que en algunos países haya y en otros no, lo que no implica que se cuide la inocuidad más en unos que en otros. En la Argentina no se etiqueta pero sí se realizan los controles.

Andén: Teniendo en cuenta que casi la totalidad del cultivo de soja, maíz y algodón es transgénico hoy en día, ¿se puede pensar que es un modelo sustentable a largo plazo?

M.L: La sustentabilidad no depende de que sean transgénicos. Lo que quizás es un desafío para la sustentabilidad es el monocultivo. La concentración en uno solo produciendo mucho eso y poco de lo demás. Es poco sustentable desde el punto de vista ambiental, poco sustentable desde el punto de vista económico, poco sustentable desde la seguridad alimentaria pero cualquier política que intente corregir eso tiene que remar contra un desbalance de ventaja económica que tiene hoy día cultivar ciertas cosas y no otras. Corregir la tendencia que puede tener el conjunto de los productores hacia el monocultivo es ir, de alguna manera, en contra de los intereses económicos por lo que no es sencillo resolver. Este problema, en este momento, no depende de que el cultivo sea genéticamente modificado. Aun si no lo fuera, también tendríamos monocultivo y así mismo tendríamos los problemas y los riesgos de sustentabilidad ambiental y socioeconómica que tenemos hoy. Que sea transgénico es prácticamente anecdótico. Se podría alegar que por serlo da ventajas económicas pero de nuevo, la culpa no es que sea transgénico sino de un contexto mundial. Como biotecnólogo te diría que la solución sería que hubiese OGM con ventajas en otros cultivos, esos que van a hacer incentivos para que los productores cosechen esas otras cosas.

Andén: Se está discutiendo la nueva ley de semillas. Las organizaciones de campesinos y pequeños productores tienen una posición bastante dura en relación a esta, las semillas transgénicas y la protección de la biodiversidad. ¿Cuál es tu posición?

M.L: Nuevamente se están mezclando peras y manzanas. Una cosa es la ley de semillas actual y los proyectos para modificarla y otra que tienen que ver con los derechos de propiedad intelectual y quién cobra regalías o no por la venta de semillas, y hasta qué punto el agricultor puede seguir utilizando o reutilizando la semilla pos cosecha, y otra las cuestiones ambientales. Nuestra área ha tenido poca incidencia en esos proyectos de ley porque no se mete con temas biotecnológicos en particular. Se regula sobre lo que es el germoplasma en particular y los derechos intelectuales en general. Y vuelvo a lo mismo, como aquellos que están disconformes no pueden comunicar del todo meten otras cuestiones con la que pretenden desalentar las modificaciones. Hablan de las empresas, de los transgénicos, de los riesgos y eso no tiene nada que ver con los transgénicos. Habla de todo tipo de cultivos. No pretendo juzgar ni un lado ni el otro, ni que sus razones de fondo sean mas o menos válidas, simplemente creo que están errando en la forma de criticar.

Andén: Da la impresión de que la crítica a la biotecnología en la Argentina está ganando la batalla desde el punto de vista comunicacional. ¿Pensás que es así?

M.L:No sé si vale la pena pensarlo como una batalla. Si de un lado se busca el confrontamiento y del otro se sigue trabajando sin confrontar, no sé si hay una batalla. Pero suponiendo que haya una pugna por la forma de comunicar, el qué se comunica también depende de cómo se mida. No se demostró, después de veinte años, que tengan impactos contra la salud…el mundo sigue andando aunque haya gente mal informada. Una cosa es la realidad, otra, la percepción y otra el impacto que esa percepción tenga en la vida diaria

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