«¿Qué carajo es lo normal?” Se preguntaría Alejandro Fantino si tuviera como invitado a una eminencia en medicina en su programa nocturno “Animales Sueltos”. Y la respuesta, no menos directa y previsible del invitado, sería “Sencillamente lo normal es lo que se encuentra en su lugar, en su natural estado”. “¿Y qué carajo se halla en su natural estado?” Replicaría de inmediato el periodista. Permítaseme reflexionar sobre este diálogo, de por sí, imaginario, ficticio y por lo tanto, mentiroso. “¿Qué carajo es lo normal?”

Es una pregunta legítima, fortuita si se quiere, por el solo hecho de reflexionar sobre sí misma, por ser metalingüística. Y las respuestas, de por sí, pueden ser variadas, diversas y hasta opuestas; ¿Acaso es lo que se toma como norma o regla por un grupo de personas? ¿Acaso es lo que decide una elite, un Estado, un grupo de hombres vestidos con una sotana, la productora de Tinelli, un puñado de intelectuales sentados en su escritorio? ¿Y quiénes son los denominados “normales” en una sociedad? ¿Es el promedio aceptado por un grupo de científico, es el resultado de sus “extensas investigaciones que delimitan en su test el “coeficiente intelectual” de una persona, es el certificado de un título, aquél que acepta un código de convivencia realizado siempre por otros,o el respeto fiel y firme a Leyes dictaminadas por la “Honorable Justicia”?

Tal vez, para ayudar a refutar un poco al sentido común necesitemos de alguna definición. Althuser, por ejemplo, sostiene que la ideología es el conjunto de representaciones, creencias que determinan el pensamiento y orientan las acciones cotidianas de las personas. A partir de este concepto podemos pensar entonces “¿Qué carajo es lo normal?” Y la respuesta será dada por el sentido común determinado, en suma medida, por el sistema de creencias sociales, culturales, religiosas de cada integrante de la sociedad.

Pensemos en una serie de conductas, reflexionemos en una serie de comportamientos, para elaborar el catálogo de conductas normales o anormales consideradas por nuestra sociedad; sí, porque para ser más preciso; cada sociedad considera anormal a lo que teme, a lo que le resulta extraño, a lo que no tiene su forma, es decir, al Otro. Por ejemplo, ¿en qué costado ubicamos la normalidad o anormalidad de ver a dos pibes con gorrita fumando paco en la esquina del barrio; a dos banqueros llevándose parte de los ahorros de nuestra sociedad, a un tipo clavando agujas a los muertos en los velorios, a un hombre redimiendo los pecados cinco minutos antes de la muerte, a un genocida reivindicando a la última dictadura cívico militar en ciertos medios de comunicación? ¿Es normal trabajar durante un año para pagar una noche de bodas, seguir pagando una deuda contraída por un puñado de locos, buscar los consejos económicos del Fondo Monetario internacional, seguir los argumentos sobre la libertad de expresiones por sus principales represores, es decir, el grupo Clarín? ¿Ir al Supermercado dos veces por semana?

Poner en tela de juicio a la normalidad es una tarea necesaria para los que no lo somos, no por extraordinariedad, ni por excelencia, ni por ser poco frecuentes, ni mucho menos genios. Poner en tela de juicio a la normalidad es romper con ciertas representaciones sociales, ciertos estereotipos reproducidos por elites culturales, sociales, políticas, clínicas o médicas.

La pertenencia a grupos comunes genera una percepción de característica y de valores comunes. De ahí que Van DijK considere algunas estrategias para dilucidar lo que cada construcción ideológica considera Normal- anormal, y constituyen al sentido común de un grupo de personas. De ahí que en este artículo reivindiquemos la “anormalidad”, como parte de la diversidad cultural, la posibilidad misma del debate y del pensamiento.

Si necesitamos nuevamente, por oposición, definir al otro concepto, para sumar al debate, podemos preguntarnos“¿Qué carajo es lo anormal?” El diccionario de la lengua española VOX lo define como “lo extraordinario, lo poco común o frecuente, lo escaso en su clase o especie. Lo sobresaliente o excelente en su línea”.

La película India Estrellas en la Tierra de AamirKhan, 2007 -recomendada aquí- trata el tema de una manera particular, expresa la ruptura que se genera en las escuelas frente a la diversidad, una problemática repetida por la función de su propia existencia. ¿Qué hacer con lo “anormal” si la escuela (salvo en contados casos) tiene como función básica homogeneizar, sistematizar, “normalizar” los comportamientos?

El protagonista, vestido de maestro, nos hace pensar, acaso, qué relación hay entre ciertas “anormalidades” con, por ejemplo, la genialidad:

Genios de la ciencia como Thomas Edison, Leonardo da Vinci o Albert Einstein podrían haber padecido diferentes grados de dislexia.

Edison, debido a ello (y también a su mala salud), ni siquiera pudo acudir a un colegio “normal”. Pero acabó convirtiéndose en un tipo dotado de una fuerte creatividad, ostentando el record de mayor número de patentes concedidas por la Oficina de Patentes de Estados Unidos.

Leonardo da Vinci, polifacético como ninguno, dejó tras de sí unas notas manuscritas tan extravagantes que todos los datos conocidos parecen indicar que también sufría dislexia. Sus notas contenían muchos errores sintácticos y ortográficos, frecuente en esta “anomalía”, además de insólitos errores idiomáticos. Varios de sus biógrafos hacen mención de sus dificultades con la lengua y la capacidad lectora. De hecho, el propio Leonardo dejó escrito que uno de sus ideales en la vida era que alguien cercano pudiera entender lo que él escribía.

¿Y Albert Einstein? Por lo pronto, lo que sabemos, es que no habló hasta los tres años, y fue un mediocre en toda materia que exigiera la recuperación léxica, como los idiomas extranjeros. El propio Einstein admitía:

Mi principal defecto era una mala memoria, especialmente para las palabras y los textos.

Neurocientíficos canadienses llevaron a cabo una autopsia del cerebro de Einstein y descubrieron una simetría entre los hemisferios en sus dilatados lóbulos parietales, en lugar del patrón más habitual de asimetría. Rasgo frecuente de la dislexia.

Otro de los patrones de anormalidad clínica lo encontramos en el trastorno bipolar. Se encuentra en una cantidad desproporcionada de personas con talento creativo, tales como artistas, músicos, escritores, poetas y científicos, y algunos acreditan a su condición de bipolar el tener tal creatividad. Muchas figuras históricas que han sido famosas que tuvieron el don de la creatividad, comúnmente se cree que han sido afectadas por el trastorno bipolar, y fueron diagnosticadas póstumamente basándose en ciertos documentos como cartas, escritos, hechos o en otros materiales.

Los ejemplos son innumerables: Johann Sebastian Bach, Miles Davis, Scott Joplin, Vincent van Gogh, Virginia Wolf, Miguel Ángel, Hans Christian Andersen, Charles Dickens, Honorato de Balzac.

¿Nietzsche no padecía acaso de esquizofrenia? ¿El actor Daniel Radcliffe (Harry Potter) acaso no padece de dispraxia? ¿Borges no había admitido ser tartamudo al igual que Bruce Willis? ¿Y quién va a poner en tela de juicio la inteligencia de cada uno de ellos? ¿O su normalidad?

La “anormalidad”, en suma, es un término que indica una representación social, una figura discursiva reproducida por una comunidad, originada siempre por sus propios miedos, utilizada siempre en relación a la Otredad. Y lo “normal” es un término que tiende a incluir a quienes se parecen, a agrupar a un Nosotros (siempre exclusivo, siempre “excluyente”), a homogeneizarlos, a darles pertenencia dentro de un colectivo, pero, en definitiva, los dos términos, frecuentes en nuestra sociedad, son dos expresiones que reducen el debate, son proyecciones de temores individuales, que reproducidas sistemáticamente, logran un efecto de sentido perdurable en el imaginario colectivo…

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