Dentro del siempre ramificado Heavy Metal, el denominado “thrash” tuvo su nacimiento y auge en los años ochenta en EEUU. A contramano de lo que sucedió tanto en ese país como en el resto del mundo, donde imperaron otras tendencias, en la década del noventa se instaló en la Argentina de la mano de Hermética y otras bandas.

 

Si hay un género en la historia de la música que posee la maravillosa capacidad de multiplicarse como la “Hidra de Lerna” ese es, sin dudas, el Heavy Metal. Desde los más gancheros y vendedores estilos como el “glam” o el “hard-rock” hasta los más extremos y satánicos, como el “death”, el “grindcore”, el “doom”, todos confluyen en la larga mesa de la familia del metal.

Sin embargo, si hubo un estilo que caló en la Argentina bien profundo, allá por los años noventa y se instaló casi como nuestro sello identitario, ese fue el “thrash”.

Si bien para el iniciado en estas artes le es fácilmente distinguible por sus particulares riffs de guitarras y doble bombo, al thrash, aquel que quizás esté más alejado del mundillo metálico, lo puede reconocer por sus letras, ya que, como bien sostenemos quienes conformamos el GIIHMA: “El Heavy Metal no es solamente un estilo musical, sino también un estilo compositivo, un género narrativo”.

En este sentido, tal como lo dice César Fuentes Rodríguez, en el libro Cultura metálica: “Si hablamos de ideologías, el Metal resulta muy heterogéneo y acaso en lo flexible de su naturaleza reside el secreto de su longevidad y vitalidad. […] Porque se trata de un vehículo capaz de expresar todo y donde todo cabe. Cualquier tipo de idea, cualquier situación, cualquier historia puede ser abordada desde el espectro metálico. Con otros géneros o estilo no hay forma”.[1]

De esta manera, a lo largo y ancho del mundo, el metal se fue expandiendo en sus múltiples formas, narrando los más diversos temas.

Alejado de otros géneros, donde la poética recala en la exaltación de batallas de antaño, en la sensualidad del goce amatorio o las más variadas incursiones en la mística pagana, el thrash propone, en su discurso, más bien un testimonio de tono denuncialista frente a las injusticias del mundo. Claros ejemplos a nivel internacional son Megadeth o Testament, bandas pioneras cuyos motivos de inspiración estuvieron siempre relacionados con el acuse renegado de las políticas de Estados Unidos. El genocidio que suponen las guerras imperiales que el Estado norteamericano fomenta, el desempleo, el suicidio adolescente, el vaciamiento de sentido y la problemática de los pueblos originarios, por citar solo algunos temas, pueblan las letras de estas bandas.

Los fermentos nauseabundos

Cae casi de maduro que un estilo de estas características se haya desarrollado, casi con exclusividad, en nuestro país. Si bien a finales de los años ochenta, varias eran las bandas que conformaban el ya consolidado género metalero en nuestras tierras, con diferentes variantes en desarrollo creciente, fue sin embargo el thrash quien se instaló con más fuerza.

No es de extrañar que haya así sucedido, si tenemos en cuenta la historia reciente. El neoliberalismo salvaje que ha dejado día a día más obreros en la calle, la miseria, el desdén de gran parte de la cúpula de poder, la represión y los decretazos, como única respuesta de un Estado vacío y enemigo del pueblo y todas las consecuencias morales y sociales que ello implica, abonó el suelo de una poética destinada a la denuncia.

Un hito importante en la conformación de este género fue la edición del CD Reinará la Tempestad del grupo Horcas en 1990. Otro hecho también relevante fue la salida del compilado Thrash en 1991, el cual le dio visibilidad a bandas como Nepal, Militia y Escabios.

Resulta notable como muchas agrupaciones fueron saliendo y apropiándose de esta propuesta y argentinizándola hasta llegar a copar casi por completo la escena. Incluso bandas que en su comienzo no eran de esta tendencia, también se sumaron con sus letras hiper cargadas de realidad, como Tren Loco a partir de su segundo disco. Un caso quizás más llamativo aún es el de Rata Blanca, tal vez el grupo de metal más conocido tanto a nivel nacional como internacional, el cual se hizo archi-famoso llevando un mensaje más bien lindante con la fantasía y el amor sensual. En su disco Entre el cielo y el infierno (en el cual, y muy llamativo, debuta Mario Ian, cantante que venía de la línea más acérrima del “glam” ) se despacha con una serie de canciones de alto voltaje social como: “En el bajo Flores”, “Patria”, “Jerusalén” o el sensiblísimo “Sombra inerte del amor”; que, a contramano de lo propuesto en su fantasía clásica “Mujer amante”, donde todo es mágico y amoroso, en esta letra se aborda nada más y nada menos que la “sombra”, con un personaje muriéndose de sida pidiendo por favor que alguien lo abrace.

  

Pero si bien todas estas bandas a las que con justicia les podemos sumar Lethal, Jerikó y Serpentor, entre otras, descollaron y sedimentaron el suelo del estilo thrash en la Argentina, el grupo que quizás más influenció la escena y le dio su sello de identidad para siempre fue sin dudas Hermética.

Si bien V8 ya fue un anticipo y muchos incluso ven en la legendaria agrupación la semilla del thrash, no ya a nivel nacional, sino incluso mundial, fue definitivamente Hermética desde lo musical y particularmente Ricardo Iorio, quien desde una lírica de precisa pluma realista y hasta naturalista, en algunos momentos, imprimió a fuego el carácter literario del thrash metal en la Argentina. Con una poética heredera de la mejor tradición denuncialista argentina[2] logró descifrar el drama de los noventa en letras que en solo tres discos de estudio abordaron la mayoría de los temas que marcaron una generación.

No está de más añadir que, muchas veces, hemos partido de un error al confundir “thrash” (lo cual puede ser traducido como “azote”, “castigo” e incluso “dar una paliza”) por el más conocido “trash”, (cuya traducción significa simplemente “basura”, “desperdicio”). Confusión que, en muchos casos, se ha mantenido y multiplicado a lo largo de los años.

Sin embargo, esta lírica que, tal como lo dice su traducción, es un “azote” también confluyó con su error, con la “basura”. Y no está de más decir que en ella se desarrolló, denunciándola, rechazándola, acusándola y ¿por qué no? poetizándola, volviéndola indiscutiblemente bella, un cuadro de época, de nuestra época, legado a la posteridad como el maravilloso caso  de la letra que nos convoca “En las calles de Liniers”.

 


[1] Fuentes Rodríguez, Cesar. “El prejuicio ilustrado”, en Minore, Gito, et al, Cultura Metálica, Ponencias, debates y exposiciones de la 1º Feria del libro heavy de Buenos Aires, Buenos Aires, Clara Beter ediciones, 2014.

[2] Para mayor referencia sobre las tradiciones literarias que confluyen en Ricardo Iorio se sugiere el artículo de Emiliano Scaricaciottoli “Linajes y rupturas de una imaginación humanista. Almafuerte, Castelnuovo, Iorio” en Boedo. Políticas del realismo, Vitagliano (comp), Buenos Aires, Título, 2012.

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