¿Qué sucede cuando el simbolismo alrededor de un color y el bombardeo mediático remplazan un significado milenario sin que nos percatemos? Quizá preguntemos “¿Por qué los musulmanes usan banderas con un color asociado con la muerte y el luto?”. ¿Puede pensarse otra connotación que no se asocie a hombres de uniforme en el desierto desplegando una bandera negra?
En Bollywood, una novela de Shashi Tharoor, se convence a un director de cine de que debe cambiar el rol de un personaje y convertir una película romántica en una de acción. El resultado es un producto clásico y popular de los años ochenta y noventa: la lucha del héroe contra comandos terroristas liderados por un hombre despiadado escondido en un palacio, fortaleza o caverna. Así se describe uno de los escenarios de la película tras la modificación que lleva a cabo el director: “Interior: una enorme cueva. […] Los hombres pasan por delante de unas columnas inmensas […] y lanzan miradas aprensivas hacia los comandos vestidos de negro que permanecen en posición de firmes junto a cada columna, con las metralletas preparadas”. Luego agrega un detalle que termina de retocar el cuadro pop: “Todos ellos llevan un animal en pleno salto cosido en un brazalete de la manga, en el que están bordadas las palabras guepardo negro con hilo dorado”.
Cuando se menciona a ISIS (Islamic State of Iraq and Syria, aunque se puede elegir un amplio abanico de términos: EIIL, EI, Estado Islámico, Dáesh, Daish, IS…), los medios ─incluso aquellos fomentados por el mismo grupo─ han instaurado un imaginario específico: hombres, precisamente, vestidos de negro con metralletas y armas blancas; cuerpos y colores agotados ya por las representaciones de películas norteamericanas y novelas de Tom Clancy. Pese a la brutalidad que disemina el aparato propagandístico de ISIS a través de imágenes y de videos, hay una sensación de artificio, de exageración y de lugar común. En el transcurso de dos siglos, sería una ardua, pero posible tarea enumerar la cantidad de grupos terroristas, pequeños o grandes, que han quedado plasmados bajo esta misma imagen, un cierto tipo de terrorismo configurado en torno a un rostro con balaclava que representa tanto el terror como la muerte en torno a un mismo color. Un comando terrorista con uniforme rosa e imágenes de Hello Kitty, ¿no nos causaría extrañeza en primera instancia, pese a que nos percatemos acto seguido del riesgo y de la plena significación de la situación? Desde Occidente, el color negro es un espacio simbólico donde opera lo maligno y si bien en el siglo XXI nos alejamos paulatinamente de dicha tradición, todavía tenemos una reacción instantánea y negativa a su alrededor.
En una nota de The Atlantic, “How ISIS got it´s flag”, leemos en los primeros párrafos que un vecino musulmán en Nueva Jersey, al ser interrogado sobre una bandera negra puesta en su casa, respondió: “Every Muslim uses that black flag” he said. “You’ll find it in any mosque in the world” (“Todos los musulmanes usan esa bandera”, dijo, “La encontrarás en cualquier mezquita del mundo”). El color negro y el tipo de bandera con la aš-šahādah, el credo que proclama a Dios como Uno, forman parte de la tradición de muchos musulmanes, sin ninguna connotación violenta, y preceden a los movimientos terroristas que la han utilizado desde finales del siglo XX; podemos actualmente ver su versión en color verde, quizá para nosotros más amigable, en la bandera del Reino de Arabia Saudita.
Dentro de la historia del Islam, la bandera negra posee una marca particular: con este estandarte se supone que un ejército vencerá al falso mesías o anticristo. Aquellos relatos tradicionales y mágicos en Occidente que asocian el blanco a la pureza y al Bien, también, se ven en el Islam a través del color negro que, para nosotros, en ciertos periodos se consideraría sospechoso. El color reservado para historias sobre reyes y reinos mágicos, el dorado, en la historia del Islam, podemos hallarlo en el negro, que corresponde al mejor de los gobiernos: el del profeta y los rashidun ─los cuatro célebres califas llamados “bien guiados”─.
Si uno se remite a las banderas de Medio Oriente, notará que persiste en algunas de ellas una franja negra, lo que precisamente se debe al hecho de que el movimiento panarabista adoptó cuatro colores: negro, blanco, verde y rojo. El negro se destacó por sobre los demás debido a que, como referimos, es el más indispensable por su doble referencia al Profeta y los rashidun, como también al rol venidero contra las fuerzas del mal (y se le puede sumar otro hecho significativo: la bandera negra fue el estandarte de los Abasidas, una de las dinastías más fuertes durante el medioevo).
¿Qué nos dicen todas estas referencias sobre banderas y hombres enmascarados? A través de la carga simbólica de los colores, se expresan contenidos que no son naturales. Esto ya lo sabemos, pero suele ser difícil llevarlo a la práctica cuando se trata de casos particulares fuera de nuestras esferas cotidianas. Es mucho más sencillo asociar el blanco con el bien y el negro con el mal, el combate del caballero blanco contra el mago negro, que lograr separar con nitidez series históricas recientes de terrorismo con un color que, en realidad, rezuma rasgos positivos como la grandeza, la justicia y la paz.