Primero lo primero. Este texto surge de la participación en una actividad colectiva y autogestionada por lxs compañerxs de la Juana Azurduy. No pretende ser una crónica reveladora ni un panfleto. Apenas es la expresión escrita de vivencias, impresiones y deseos de una mujer que trabaja con otras mujeres, y su necesidad de compartirlas.

Cada 8 de marzo los debates en torno a los derechos de las mujeres, el feminismo y la igualdad de género copan la agenda pública. Las consignas y los carteles se multiplican, las discusiones suben de tono, todas y todos tenemos algo para decir. Pero ¿cómo hacemos para llenar de contenido, de feminismo y de acción ese y todos los días?
Hace apenas un par de años el Día de la Mujer navegaba entre ser una ocasión comercial más para regalar flores y bombones, y la recuperación de la memoria histórica de aquellas mujeres asesinadas en una fábrica de Chicago por luchar por sus derechos. De a poco fue ganando espacio la idea de las mujeres merecemos respeto, no flores ni regalos. Hoy por primera vez asistimos a un paro internacional de mujeres, con movilizaciones multitudinarias pero también con gestos, más o menos visibles de resistencia y de reconocimiento de nuestras necesidades.
Que los planteos del feminismo hoy estén en boca de todas y todos no es más que el resultado de un proceso largo y doloroso en el que asumimos un estado de las cosas: las mujeres somos violentadas por el simple hecho de ser mujeres. Hay una pedagogía de la crueldad, de acuerdo con las palabras de la antropóloga Rita Segato, que se extiende sobre nosotras. Se despliega sobre nuestros cuerpos y nuestras subjetividades. No es simplemente una cuestión de desigualdad entre hombres y mujeres.
“Para que un sujeto adquiera su estatus masculino, como un título, como un grado, es necesario que otro sujeto no lo tenga pero que se lo otorgue a lo largo de un proceso persuasivo o impositivo que puede ser eficientemente descrito como tributación”1

Detrás de cada femicidio, de cada violación, de cada maltrato hay una estructura de poder que persiste y se sostiene en base a la jerarquización de lo masculino sobre lo femenino. Nacemos, crecemos, nos formamos, reproducimos, vivimos el patriarcado. Es parte de nuestras instituciones, lo hacemos ley y como sucede con toda norma, cualquier desviación amerita un castigo.
Estas explicaciones y reflexiones teóricas son útiles pero escasas cuando todos los días nos explotan en la cara las esquirlas de la violencia machista. Porque el dolor, ese dolor, no puede ser teorizado ni racionalizado. Ese dolor tiene que sacudirnos, tiene que impulsarnos a la acción. Esa incomodidad debe hacer de las consignas propuestas concretas para atravesar, subvertir, discutir las jerarquías. Es una tarea fina y de largo plazo que ponemos en práctica cotidianamente en las calles, las casas, los juzgados. En nosotrxs mismxs, deconstruyendo los motivos de nuestras acciones. Las pibas caen presas pero la cárcel o cualquier encierro no son más que nudos en una red hecha de pobreza y vulnerabilidad, y que requiere algo más que buena voluntad para encontrar una salida.

Todos los días nos cruzamos con pibas rotas. Sí, rotas como objetos que pueden usarse y descartarse. Las pibas son cosas, son números, son casos. Debajo de todas esas etiquetas quedan las historias de abandono y desamor. Si las pibas fueran personas y no objetos podrían de a poco ser dueñas de sus propios cuerpos. La revolución es que las pibas puedan elegir si quieren ser madres. La revolución es que las pibas puedan elegir que su vida sea algo más que ser madres. La revolución es que las pibas puedan mirarse a sí mismas con amor, sabiendo que no son culpables por llevar una pollerita corta, por ser pobres, por haber nacido con una concha entre las piernas. Que nuestro cuerpo sea siempre un amado espacio de revelaciones y no el lienzo de la violencia machista. Que ante cada golpe recuerden, recordemos, que no nacieron ni nacimos para ser víctimas.

La revolución contra el patriarcado es que cada piba, cada mujer, sepa que la opresión contra una es el disciplinamiento para todas. Que de este estado de las cosas salimos entre todas o no salimos. Nosotras (todas y todos) elegimos algo más que resistir todos los días, que manifestarnos una vez por año. Nosotras elegimos crear. A veces en forma de dibujo, de mate compartido, de informe judicial, de abrazos, de sonrisas, de escucha. Nosotras estamos ahí, atentas a lo que hacemos, porque para que el patriarcado se caiga tenemos que empujarlo. Nosotras nos merecemos la revolución feminista.
Ni encerradas ni desaparecidas, con vida todas las pibas escribimos en la pared. En un acto más de disciplinamiento, más de 50 mujeres fueron detenidas arbitrariamente en la ciudad de Buenos Aires cuando finalizaba la movilización por el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. ¿Es mucho pedir que a nuestras vidas se las valora más que a las paredes y los patrulleros? ¿Pensarán los adalides del orden y los buenos modales que más represión podrán detenernos? Los hilos de la desigualdad están a la vista. Ya no se puede volver atrás
Esta lucha es más que una consigna y la vamos a ganar con amor hoy y todos los días.

[1] Segato, Rita, La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juarez

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