Argentina es un país de soluciones, históricamente lo es, porque ha logrado plantear soluciones a las dicotomías de la modernidad: su más grande solución fue la invención del “Peronismo”, el ejemplo por excelencia. Las reglas del juego son la modernidad (Liberté, égalité, fraternité), el estado nación y las instituciones en orden jerárquico, los sistemas de producción hegemónicos y los modelos obligatorios que garanticen el orden en favor de “minorías privilegiadas” (aquellas por las que se exaltaba Fukuyama en detrimento de las mayorías).

Sin embargo, se nos presenta una problemática más compleja: las soluciones que hemos dado son dentro de la cancha, una cancha de juego determinada por sus reglas; entonces, las instituciones que componen este orden son parte del control social, pero el rumbo y el sentido con el que dichas instituciones accionan sobre la sociedad responde a un plan político estratégico. En el caso del peronismo, ellas funcionan por el pueblo y para él. Ejemplo indiscutible es el modelo sindical argentino, que sobrelleva distintos estadios en su matriz de pensamiento, pero el empoderamiento del pueblo con la herramienta política sindical se da solamente durante el peronismo: aquel 17 de octubre marcó la historia de nuestro país, y no solo por Perón y por el pueblo apoyándolo. El otro hecho histórico es que las trabajadoras y los trabajadores de nuestra patria asimilaron para siempre que son parte de la política del país y por lo tanto actores fundamentales de la democracia argentina.

Ahora bien, la definición política responde a un resultado: la Segunda Guerra Mundial polarizó el mundo. Pero sabemos, gracias al tiempo histórico, que plantear aboliciones no necesariamente produce la felicidad del pueblo. Después de todo, los seres humanos venimos a ser felices, así que es una cuestión de supervivencia plantearnos como objetivo último de la humanidad el sentimiento de felicidad. También fundamental es comprender que la felicidad no se alcanza de manera individual, ya que “nadie se realiza en una comunidad que no se realiza”, como lo expresó Juan Perón en una de sus obras filosóficas más importantes: La comunidad organizada. Ante el fracaso de los intentos internacionalistas de “subvertir” el orden establecido, nos encontramos discutiendo el sentido del estado en un proceso de insubordinación en pos de la soberanía nacional. Cosa que con el peronismo sucede en términos de cadena de cambios de la superestructura, aun cuando la unidad de concepción para la unidad de acción se ve truncada y cuando el capital seduce algunos de los estamentos del orden jerárquico.

Los bombardeos de 1955 son una suerte de caso testigo de lo que se quiere exponer aquí. Este “otro” hecho histórico es la lucha hegemónica en carne accionaria. Las riendas del Estado pasaban por un proceso de cambio en el sentido mismo del aparato, es decir, que los modelos creados para reproducir el orden a favor de las minorías ricas estaban siendo utilizados para el bienestar de la mayoría, y eso, entre tantas otras cosas, generó un odio que se reconoce desde La batalla de Caseros. Escribe Jauretche, con belleza quirúrgica: “Ignoran que la multitud no odia. Odian las minorías, porque conquistar derechos provoca alegría, mientras que perder privilegios provoca rencor”.

Entonces, ¿de qué hablamos? Justamente de esa impoluta razón de las minorías, cualquiera sea su procedencia. Odiamos ese sentimiento, porque no tiene retorno y no tiene límites en el accionar, porque tampoco salda esa pulsión tan encarnizada. Así, Buenos Aires se consagra como la primera ciudad del mundo libre en ser bombardeada por una de las instituciones que conforman el estado nación sin una declaración de guerra. Esto no pasa en ningún momento de la historia de la humanidad, porque incluso cuando bombardearon Guernica terminó siendo devastada por las milicias de la aviación alemana e italiana, pero no por sus compatriotas. Entonces, el sentido del estado y el del aparato de reproducción social carecen de propia organicidad a la hora de defender los intereses de la minoría más privilegiada. Los conceptos de nación y de patriotismo son un uso simbólico que puede abolirse rápidamente cuando el rumbo no responde a los intereses de los “dueños tradicionales” de la nación. El odio a lo popular y la construcción del otro como enemigo de los intereses establecidos, la manipulación de la conciencia ciudadana y el discurso democrático que llevaron adelante los militares y civiles de la revolución libertadora garantizaron el buen rumbo y la estabilidad del orden social piramidal. La burguesía terrateniente nuevamente victoriosa.

Hoy tenemos una coyuntura política muy distinta a la del momento en que se desarrolló la revolución libertadora. Actualmente quienes deciden los destinos de la patria son los mismos que forman parte de la pirámide hegemónica. Construyen, junto a distintas instituciones, medios y organismos internacionales, las prácticas de explotación, dominación y exclusión de lo popular, del pueblo. No nos podemos detener solamente a enumerar las diferentes instancias en las que este gobierno esboza su objetivo de trabajar por una minoría privilegiada, la oligarquía, ni tampoco vamos a abordar un recuerdo de los derechos perdidos ni vamos a hablar de la bicicleta financiera, mucho menos de la mano invisible del mercado. Estamos tan alienados que hablar de ello ya no sorprende. Lo que sorprende es la falta de creatividad que expresan hoy. En pleno siglo 21 nos encontramos con un concepto moldeado y mediatizado, pero que, si lo desglosamos, puede que nos hable mucho de la objetivación social de la derecha en el estado. Nos enunciaron como “troskokirchneristas”, una suerte de “grupo subversivo” que solo garantiza la ingobernabilidad, justamente, del gobierno más blindado mediática y judicialmente del que jamás se tenga memoria. Seguimos. El otro, “ese otro” no blanco, no puro, no elite, no sumiso, “el enemigo”. La intención no es hablar ni de los troskos ni del kirchnerismo, el nombre es una etiqueta banal que refleja una producción de significantes vacíos, porque en realidad lo que no pueden significar es la referencia “pueblo”. Se refieren a todos nosotros, los que estamos en desacuerdo con un estado nación reproductor de la pirámide nacional de la oligarquía argentina.

Ante el déficit de confianza colectiva que sufren las instituciones como también los valores sociales de la democracia moderna, es necesario construir “ese otro”. Endilgarle ciertos rasgos, distintos a los que la ciudadanía reconoce como denominador común. Uno de esos rasgos es el interés por el futuro del país. Nos han quitado mucho, han batido récord en quitarle esperanzas al pueblo. Ya no queda mucho por sacar. Lo que les queda es infundir el miedo, miedo a la libertad del otro, miedo al pueblo que no se agacha ante los intereses sin frontera, miedo a lo que pueda generar la reacción a la bota en la cabeza de cada argentina y argentino. No dejemos que su miedo se trasforme en el nuestro, nosotros somos el futuro porque queremos un futuro, sobre todas las cosas para demostrar que la felicidad del pueblo es posible una vez más. Porque cada crisis argentina encontró la respuesta en el pueblo.

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