Este artículo trata de economía tan tangencialmente como los conocimientos prácticos del autor en la materia lo permiten. Llegaremos ahí, como se llega a todo lo desconocido; circundando el área de la deuda a través de una práctica que se nos presenta des-economizadas en un principio y nos ha llamado la atención en el último tiempo: el correr en tanto deporte.
La gente en Internet encuentra, en estos días de claustro, tópicos de conversación en cualquier acontecimiento, por sutil que sea, con mayor facilidad e intensidad que de costumbre. El viernes diez de abril, entre tanto para pensar y comentar que dejó la última –hasta la fecha– conferencia de prensa del presidente Alberto Fernández, hubo una especial atención al tema de les runners. En la dicha, el presidente mencionó que distintos gobernantes manifestaron la necesidad de algunes ciudadanes por salir a correr, por lo cual revisarían propuestas para hacer esto posible. Más tarde, aludiendo a una confusión en el enunciado, Gabriel Sued, un periodista de La Nación, preguntó acerca de esta regulación, lo cual creó la idea de una confusión en la regulación, razón por la cual mucha gente se vio obligada a aclarar, hasta el punto de hacer tendencia en twitter Argentina que estaba aún prohibido, en el marco de la cuarentena, salir a correr. Mucha gente tuvo que preguntarse, frente al énfasis en reafirmar socialmente dicha prohibición, ¿quién puede tener tantas ganas de salir a correr? Un intento de respuesta a este interrogante no puede ser total, si no nos preguntamos antes en qué consiste el correr, aún más, en tanto el correr aparece –al menos hoy, inmerses en la pandemia– como objeto de deseo: ¿en qué consiste el ser runner?
Podemos primero atender a los circuitos runners. En virtud de una generalización seguramente injusta, pensando a les corredores tal como se me aparecen diré que, visto in vitro, dejando de lado todas las excepciones –que como casi siempre, probablemente acaben por lograr la mayoría de los casos– eligen para correr un circuito circular. Ya la última oración redunda, atendiendo a la cuarta acepción de la RAE, según la cual un circuito es ‘’4. m. Recorrido previamente fijado que suele terminar en el punto de partida’’. Es decir, el runner corre en círculos. Los lugares más copados a la hora, en donde florece este tipo social son los bosques de Palermo, Parque Chacabuco y Centenario, también se menciona en un artículo[1] a la Plaza San Martín, lo cual no consta, sin embargo, al autor de la nota. Fuera de la capital, en zona norte resulta ineludible el hipódromo de San Isidro, así como el Velódromo de Lanús, por citar ejemplos.
Sin embargo, este moverse en círculos, tal como insinúa el uso de la palabra ‘’circuito’’ por el tipo runner, no debe ser malinterpretado: resulta, sin duda alguna, un ir a través y no un mero rodeo.
La elección de un pulmón verde, muchas veces intransitable, por ser terreno privado, sea por la interrupción de un lago, señala una salida que no puede ser otra que el punto de entrada. La corrida es circular, pero solo en tanto fachada de una linealidad inconfundible. El acto de correr va de algo hacia otra cosa: en tanto, la corrida no puede ser un fin en sí mismo, sino que debe estar subsumida a un fin superior al correr en sí.
El fin más proclamado, creería yo, es la salud. Un ideal estético también se encuentra, cuando nos preguntamos, como se preguntó días atrás la gente en las redes sociales, cuál es la necesidad de salir a correr. En la coyuntura, evidentemente también nos dirán más que nunca que se busca solamente algo de aire fresco.
Y todos estos bien podrían resultar ser fines hacia los cuales el ser runner se orienta, pero a la hora de pensar el vocablo, las locaciones escogidas (tomemos por ejemplo los bosques de Palermo, los cuales abrigan hacia las siete de la tarde una cantidad de gente que nos hace sospechar de que su residencia sea inmediata a estos espacios), el uniforme casi canónico, la confusión por parte de un periodista de, precisamente, La Nación, todo eso parece indicar algo más. Esa indicación puede encontrar un señalamiento cabal en una publicidad del banco Santander largada en 2017[2]. El eslogan de esta campaña era: “convertite en un atleta de las tres P.M.”. Este remata la publicidad que abre aclamando: “Atención: las siguientes imágenes pueden causar confusión, desconcierto pero sobre todo la pregunta: ¿de qué trabaja toda esta gente?”. Luego de sentenciar, de conjuntar el desconcierto con el probable desempleo, la imagen se desliza hacia, justamente, un runner, en lo que parece ser un parque de Palermo, sobre la Avenida del Libertador.
La publicidad se dedica entonces a mostrarnos la interrogante que el desempleo genera en personas que visten el signo de la laboriosidad: traje y visible masculinidad encarnada en una barba, una mirada lejana detrás del vidrio polarizado de una ventana remota y una taza de café, el tedio de un colectivo sin asientos disponibles. Todas estas figuras pertenecen a una esfera del trabajo, distinta a la esfera que habita el runner y sus compares atletas. Pero hay más. La publicidad del banco tiene como fin manifiesto buscar inversión de dólares por parte de quienes la veían. Y dicha inversión se vende, como toda venta bancaria, como posibilidad de ser. En este caso, posibilidad de ser runner, es decir, posibilidad de disponer del tiempo naturalmente laborable. Está en venta, así, el tiempo laboral, al precio de una anónima cantidad de dólares puestas en bonos o LETES, es decir, deudas de corto plazo. Lo que el banco ofrece es tiempo; tiempo al que puede acceder quien compra una deuda.
Pero antes de continuar revisando la relación entre deuda y temporalidad, tenemos que atender a una sugerente contradicción: el correr del runner había aparecido como una actividad mediadora hacia un fin, pero se señala ahora, al mostrar lo absurdo de la suma runner + tres de la tarde, la inutilidad de esta actividad, contraria al mundo útil del empleo.
Resulta sin embargo que esta contradicción no es tal, sino que en ella radica la misma utilidad del correr: su fin como actividad es aparentar no tener un fin otro de sí misma, es decir, el correr, en tanto se da en un circuito, en horarios ajenos al laboral (a menos que se alcance a comprar las indulgencias que el banco ofrece), pretende visibilizarse inútil. El espíritu de competencia, fundamental para el mercado y el mundo laboral capitalistas, brilla por su ausencia en el consciente colectivo de quienes se preparan para una maratón[3]. La función de correr, para el runner, radica en demostrar que se posee tiempo: el atardecer porteño es escenario de este pavoneo pues es al atardecer que el trabajador suele volver a disponer de su tiempo.
Por este mismo horario común y la anormalidad de correr a las tres de la tarde no debemos entender que el runner practique solamente una realidad para distenderse: más bien, entre la ropa fluorescente y les personal trainers –trabajadores informales que comercializan en las calles sin gozar de la represión a manos de la policía de la ciudad, como sí sucedió con les inmigrantes senegaleses que hacían lo mismo en la Avenida Avellaneda a manos de la policía de la ciudad hacia 2016[4]– deberíamos ver una pretendida toma del poder del propio tiempo en pos de demostrar que este se posee.
Es así como se entiende por fin qué nos vende el banco en aquella publicidad: nos ofrece la posibilidad (nunca alcanzada, necesariamente) de disponer tiempo, de realizar una actividad inútil. El empleado no tiene, ni ha de tener en tanto empleado, ningún derecho de administrar su tiempo y, menos aún, de realizar una actividad inútil: aún más, la misma inutilidad inundando las calles ha de parecerle desconcertante. Llegar a burgués, esa promesa de disponer horarios y actividades, es desentenderse de lo útil y dedicar tiempo al ocio, o bien, dedicar tiempo a mostrar el ocio en actividades públicamente inútiles en pleno horario laboral.
Si ser burgués es desprenderse del tiempo utilitario, emplearse es quedar atrapado en las fauces de este. Un pecado original atraviesa a la inmensa mayoría de la población del siglo veintiuno; el hecho desafortunado de no nacer hije de riques. No resulta novedoso que se ingresa al mundo laboral a vender nuestro propio tiempo: este encuentra su forma de materializarse y proceder como fuerza de trabajo.
Es más llamativo por otra parte, al menos para mí, que el tiempo resulte ser un capital tan liberado –al menos en papeles– como cualquier otro y que admita, como eterna promesa, la posibilidad tanto de venderse como de comprarse. Y la forma en que el tiempo se materializa para que pueda retornar al empleado es en la deuda. La deuda solo es posible, si el acreedor cree probable que el deudor disponga de tiempo suficiente para pagar lo adelantado. Del mismo modo, tiene sentido para el futuro deudor cuando el tiempo que dispone entre el momento de abonar y el presente no es suficiente para conseguir el capital suficiente, es decir, la deuda es una condensación del tiempo futuro en el momento presente. Estar endeudado es por lo tanto carecer de tiempo presente, por haber depositado el momento que se vivencia en un pasado ya inexistente. Dicho lo cual, estar endeudado resulta ser una literal pérdida de tiempo.
El banco Santander se propuso entonces, tipificando la figura del runner de manera exquisita, vender la redención de este pecado original, pecado que resulta no ser otra cosa que una deuda fundacional de nuestra existencia. Puesto que estamos heches de tiempo y en el tiempo nos deshacemos, la pregunta por la apremiante y sorprendente necesidad de correr que circuló en las redes últimamente se responde con mayor facilidad, puesto que esta acción ha sido elevada a la posición de inútil, y lo inútil es propiedad exclusiva de quienes son dueñes de su propio tiempo. Hoy, que tanto tiempo sobra a tantas personas en la monotonía de la cuarentena, el deseo de correr bien puede ser el deseo de recuperar la posesión del tiempo no como la común naturaleza humana, sino como manifiesto privilegio.
[1] https://www.atletas.info/running/donde-correr-en-buenos-aires/
[2] https://www.youtube.com/watch?v=45xkcnyRc-U
[3] https://www.lanacion.com.ar/lifestyle/buenos-aires-corre-nid990715
[4] http://elgritodelsur.com.ar/2018/06/represion-senegaleses-flores-avellaneda.html