Hay quienes creen que los indígenas no son sujetos activos en el mundo moderno, conviviendo con Estados Nacionales y re-elaborando su propia identidad. Como muestra de cómo opera esta caracterización en el sentido común, basta recordar al periodista argentino González Oro cuando se preguntó, acerca de Evo Morales, si ¨un indio podía gobernar el país¨, eso sí, siempre ¨con todo respeto¨.

Parece una verdad de perogrullo pero para que haya un “otro” es necesario que primero haya un “nosotros”. Podemos pensarlo como un juego de espejos, en el que para reconocernos tenemos que diferenciarnos de un otro. A lo largo de la historia, cada pueblo se ha nombrado a sí mismo como el verdadero o legítimo representante de la raza humana, definiendo al resto como hombres incompletos (los otros no son tan fuertes, sabios, bellos como nosotros). Sin embargo, solo desde el inicio de la Era moderna surgió una sola forma de identidad que se extendió globalmente para clasificar a la humanidad toda. De hecho, las diferencias entre nosotros y ellos  se volvieron tan significativas que a partir de ellas se justificaron la conquista, dominación y el exterminio. Por otra parte, también dieron lugar al surgimiento de una nueva  ciencia social: la antropología, que se ocuparía de analizar esas diferencias.

Este proceso iniciado con la llegada de los europeos al continente americano sentó las bases que reunirían los elementos con los que aún hoy nos definimos y nos definen (la mayoría de las veces debemos manejarnos con las categorías que otros nos imponen). Dicho proceso de gran complejidad, implicó la reestucturación de las relaciones económicas y políticas a nivel mundial,  dando lugar a la hegemonía europea (siempre teniendo en cuenta que ese término no se refiere a la totalidad del subcontinente sino simplemente a los centro de desarrollo de la región occidental). A nivel ideológico significó universalizar los presupuestos eurocéntricos. Es este encuentro el que crea la identidad occidental/europea y la contrapone al resto del mundo. Esta identidad es tan fuerte y determinante que es capaz de clasificar a la humanidad toda en dos clases: nosotros (europeos, blancos, portadores de la razón) y los otros (el resto del mundo que se define como la negación de las características del nosotros). Es interesante notar cómo  entonces la otredad se refiere al más heterogéneo grupo de  culturas. Toda la diversidad es  igualada bajo la etiqueta de no-europeo (y por lo tanto no blanco, no racional).  Así, en América, por solo poner un ejemplo, cientos de culturas son reducidas a la única categoría de indio. A nivel global, dan lo mismo un bantú que un esquimal o un zulú. El papel que juega en esta clasificación la categoría de raza es fundamental. A partir de la noción de raza se convierten en  innatas y estáticas las diferencias que en realidad son biológicas y culturales.

De acuerdo con esto, no se puede definir la identidad como una etiqueta que escribimos de una vez y que nos define para siempre. Esta caracterización rígida encubre cómo la experiencia histórica construye y moldea las identidades colectivas, operando claramente sobre la forma de entender y actuar. Es posible además ver cómo la mayoría de las veces dicha identidad es impuesta. Esto implica que son las relaciones de poder existentes las que determinan cómo el “nosotros” elige los elementos que lo caracterizan, mientras que “los otros” deben conformarse con las cualidades que les son dadas.  Retomando la categoría “indio”, dentro del sentido común, aún se la asocia a aquellos pobladores que habitaban América cuando llegaron los europeos, y se la asocia desde una perspectiva racista con una condición de inferioridad y vagancia, mientras que desde una mirada idealizada se piensa a los indios como en perfecta comunión con la naturaleza (por no decir en la naturaleza, pensándolos por opsición a la raza europea que se ha librado de aquella y ha conseguido dominarla). En ninguna de estas perspectivas se piensa a los indígenas actuales como sujetos activos en el mundo moderno, conviviendo con Estados Nacionales y re-elaborando su propia identidad. Como muestra de cómo opera esta caracterización en el sentido común, basta aquella pregunta del periodista González Oro cuando se preguntó, acerca de Evo Morales, si ¨un indio podía gobernar el país¨, eso sí, siempre ¨con todo respeto¨

Recapitulando, siempre que hablamos de un “otro” es necesario aclarar quién es el “nosotros” que lo está definiendo, y  reflexionar sobre cuántas categorías racistas y eurocéntricas aún hoy están presentes en esas caracterizaciones. Si llevamos este razonamiento a nuestra realidad social y política es posible ver cómo el racismo opera en la idea de que los negros (y por extensión los pobres en general) no pueden decidir por sí mismos (“porque no les da la cabeza”, “porque son vagos y no quieren trabajar” y una larga lista de etcéteras) y solo votan o se movilizan “por el pancho y la coca”. Este discurso, sin embargo, no es solo propiedad de la derecha sino también de ciertas vanguardias de izquierda que deben “iluminar” a las masas hacia el camino correcto para su liberación. Solo a partir de la de-construcción de nuestro sentido común podremos re-elaborar y apropiarnos verdaderamente de nuestras identidades■

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