U[/su_dropcap]na persona es un territorio. Soy un territorio, profundo y superficial, con tiempos y dudas. Partes livianas, bobas, risueñas; otras pensantes, reflexivas, aéreas. Soy muchas al mismo tiempo y ninguna de todas esas. Tengo inseguridades y miedos, como para dormir con la luz prendida toda la vida.
Para todo encuentro formas que me sirven. Arquetipos. Para caminar, para no sentir, para seguir sufriendo siempre, para no parar de reír, para que el tiempo no pase, para que el dolor no pese… Justifico ausencias, me enojo en una lucha que no termina. Se puede estar muerto en vida. Puedo habitar territorios oscuros, solitarios, desiguales… dejar días en la sombra de un oscuro resplandor.
Para cada cosa armo figuras: para bailar entre sombras, para ver pasar un tren, para llegar al amor… Hasta para dejarlo irse por la ventana un rato después. Así soy, así paso las horas del día. Los años se encargan de hacer caer obsoletas unas y otras para adquirir nuevas, convencidas de que estas son mejores, más acabadas, ya maduras, más seguras y flexibles con la edad y las patas de gallo.
Un día cualquiera, solo en los mejores casos, muchos pero muchos años más tarde y sin mayores pretensiones, cansada de la hora de siempre, aflojaré mis zapatos al llegar a casa. Acomodaré mi cuerpo que cede, blando en la silla y dejaré caer unas lágrimas sin resistencia. Tomaré un mate en silencio con mi compañero al lado, hasta dejar caer la cabeza para un costado. Así me iré. Físicamente. Si es que alguna bala perdida no me abrevia la existencia antes o me enredo con un cable de teléfono. Solo yo sé que a veces me voy antes de irme. Alguien me dijo que la muerte es naranja y sin hojas, yo le creo■