ensar la política es, en gran parte, pensar la obediencia. Si nos remontamos al sentido original de la palabra, cómo y cuándo someterse al imperio de lo común; desde Platón y Aristóteles pasando por los sofistas, Marcilio de Padua, Maquiavello, Hobbes y los contractualistas, hasta los posmodernos más cerriles se han preguntado cuándo conviene hacer lo que nos dicen y cuándo no. En esa saga de pensadores de la obediencia y la desobediencia, una parada obligada, que ingresa por la tangente, la constituye el texto del francés Étienne de la Boetié, titulado “Discurso de la Servidumbre voluntaria”, del año 1530.
Nada es más cierto que una deuda – Editorial 93
o hay −acaso no podría haberla− cultura, civilización o pueblo alguno que no se encuentre atravesado de un modo u otro por el concepto de deuda. Las relaciones sociales se fundan en alianzas de reciprocidad, es decir, en una correspondencia mutua de beneficios, en un ida y vuelta de dones y contradones que van atando, engarzando una trama de sociabilidad que constituyen, con sus bemoles, una experiencia común. La vida misma es algo que se nos da y que nos coloca en una cierta posición de sumisión −temporal o permanente− con aquellos que nos la brindan o la facilitan. Los
Las teodiceas de tu corazón – editorial 92
Vivimos y morimos en sociedades que han banalizado los mitos. Por un lado, los hemos convertido en cuentos de hadas, en narrativas pasadas de moda ante el imperio de un tipo de pensamiento −el racional− que se mira al ombligo cada vez que quiere describir la realidad. Por otro, los hemos asimilado a una masa uniforme de creencias sin ton ni son que pueblan nuestro descontento con occidente y que le buscan un sentido a la vida apelando a cualquier cosa que no huela a modernidad. Otro es aquel que aplica el título de mito a gentes, eventos o cosas que están más allá de nuestra cotidianidad. «El mito viviente», «un momento mítico», etc. Todas ellas formas de degradar lo arcano y numinoso que late en nuestras conductas más mundanas.
El delicado sonido del trueno – Editorial 91
El exministro Aníbal Fernández dijo, en medio de una disputa de sellos partidarios en el 2005: “A la marcha peronista que se la metan en el culo, muchachos”. La cedía, es cierto, pero luego de buscarla, porque ciertos himnos, ciertos cantos guardan en el ritmo de sus palabras una conexión con poderes que parecen trascender la sola materialidad de la vida. Porque el sonido, más allá de su naturaleza física, tiene un poder simbólico que atraviesa la historia de la humanidad desde mucho antes de poder llamarnos humanos.
El terror por otros medios – Editorial 90
Vivimos una edad del mundo en la que el terror social y sus artífices han cobrado nuevos bríos. No es que antes hubiera desaparecido, como se postuló luego de la caída del muro de Berlín y la consecuente pax norteamericana que, al fin de cuentas, duró menos que un suspiro. Desde que el mundo es mundo, aterrorizar a otros es una herramienta para dominar, para conseguir que los otros den lo que de otro modo no darían. Una herramienta acaso menos sutil que otras, pero herramienta al fin. Una bomba por aquí, un atentado por allá para que algunos se asusten y recuerden que siempre hay disconformes capaces de pasar a mayores, si se les da la oportunidad.
¿Mutatis mutandis? – Andén 89
Esteban Bullrich, primer ministro de educación del gobierno de la coalición Cambiemos, dijo en septiembre de 2016 que la función del sistema educativo argentino era la de crear generadores de empleo o, en su defecto: “Crear argentinos que sean capaces de vivir en la incertidumbre y disfrutarla”. Es innecesario ahondar en el tinte ideológico detrás de lo que dijo. Bullrich está lejos de ser un pensador penetrante, pero el espíritu de su comentario no es distinto a algo que hace notar Deleuze en su postscriptum sobre las sociedades de control: los políticos hablan de reformar (o cambiar) esto o aquello, pero saben que el mundo tal y como lo conocieron nuestros padres y abuelos está acabado. Gestionan la agonía. La incertidumbre, entonces, habrá de ser nuestra moneda de cambio en los tiempos por venir. ¿No lo es ya? ¿Desde hace cuánto? ¿Cincuenta, sesenta, doscientos años? No quedan certezas ni saberes inamovibles, esos resabios de la modernidad. No quedan, fruto de lo pos y la muerte de los ismos, refugios duraderos en los cuales cobijarnos con seguridad de la intemperie del cambio, aquel que no suele tenernos en cuenta.
Homo ludens (o el spinner de tu corazón) – Editorial 88
Jugamos desde siempre. Jugamos en todas partes del globo. En todas las épocas, incluso antes de que las hubiera, cuando éramos proyectos de seres humanos sobre árboles. Jugamos y, en principio, cualquier elemento a nuestro alcance es un juguete. Tal vez por eso las esferas del juego y lo sagrado se encuentran unidas en una oposición insalvable. Jugar es una actividad plenamente humana que se da en una temporalidad cuyas reglas son un acuerdo. El juego, como las formas sociales, es un pacto que nos trasciende, amplía la comunidad en su necesidad de un otro. Opera como mediador sociocultural entre la adultez y la infancia, entre una clase y otra, y a su vez es soporte de la biografía de los individuos y de la memoria comunitaria, que nos enclava en el tiempo y el espacio que nos ha tocado. De igual modo, permite la cohesión entre los miembros de una comunidad que crecen y juegan hasta reconocerse en sus individualidades y potencias.
Mata a tus ídolos – Editorial 87
A principios de la década de los noventa, la banda norteamericana Gun´s & Roses promocionaba su disco Use for ilution con un curioso merchandising: la cara de Jesús de Nazaret junto a la frase Kill your idols (mata a tus ídolos). Si bien Durkheim postulaba que sin ellos no hay sociedad, la idiosincrasia nacional tiende a ir por esos rumbos toda vez que desde hace más de medio siglo no hacemos más que bajar del pedestal a toda figura, institución o rol político que otrora fungió de salvadora de la patria. La historiografía cascoteó las leyendas que constituían los próceres nacionales. Luego acabamos con el mito de las fuerzas armadas como reservorio moral patria. Más tarde, los jueces, la política partidaria, la iglesia, el periodismo. Hoy, los docentes. Nos encanta ver al ídolo de ayer caído por nuestra pedrada. Por eso tenemos una malsana fascinación con los cadáveres: los literales (Moreno, Perón, Eva, Aramburu, Rosas, Néstor) y los simbólicos (Maradona, Charly, Monzón, Menem). No somos capaces de convivir con lo que alguna vez amamos. En un movimiento continuo de acción y reacción, deificamos y condenamos al averno. No es que algunos de los portadores de esa prosapia no se lo merezcan, sino que es curioso que nuestras dinámicas sociales busquen de un modo u otro horadar las bases del prestigio de aquello que en algún momento nos ha guiado.
Cuestión de fe – Editorial 86
Tilcara. 1986. La Selección argentina hace una promesa a la Virgen de Copacabana con la condición de regresar para agradecerle. El equipo argentino gana el Mundial. Nunca vuelve a visitar a la Virgen. Río de Janeiro. 2014. Después de 28 años, la Selección Nacional vuelve a jugar la final de la copa del mundo. Rodrigo Palacio la tira por arriba y nos recuerda que nunca vamos a ser felices. También que las promesas incumplidas a entidades religiosas pesan a la hora de definir nuestros destinos.
Ahora bien, ¿por qué en pleno siglo XXI tantas personas siguen creyendo que fuerzas “sobrenaturales” pueden influir en el devenir de sus vidas? O, en todo caso, ¿por qué no deberían creer en eso?
Okupa tu localidad – Editorial 85
Primero la casa, después el auto y por último…, bueno, lo que sea. Algo así decía un consejo biempensante de antaño. Esa sucesión de prioridades cambió. La casa propia es, en los hechos, casi imposible. Douglas Coupland, autor de la célebre Generación X, postula en su novela Planeta Champú que las nuevas generaciones tardan más en dejar las casas de sus padres y que se dan al gasto irrefrenable de cosas superfluas porque no pueden conseguir trabajos con sueldos que les permitan, por ejemplo, pagar un alquiler y mucho menos, una hipoteca. Y de hipotecas imposibles estaba construida la crisis que se llevó puesto al mundo financiero en 2009. Sus consecuencias no son una especulación económica, basta con preguntarles a españoles y griegos.