Escribir sobre temas con los cuales uno no está familiarizado es un ejercicio complicado y peligroso. Por eso conviene empezar por compartir la motivación de estas líneas: apuntar algunas preguntas, dudas, sensaciones que pueden habitar en el común de la gente en tiempos de nuevas tecnologías. En todas nuestras conversaciones hay un momento para la tecnología, para la red, para algún invento llamativo, para un video viralizado, todas nuestras conversaciones terminan, comienzan o discurren por el tópico: SERIES. Frente a esta abrupta inserción en nuestra cotidianidad de la tecnología, me propongo ensayar, escribir y compartir algunas preguntas, “existenciales”, de fondo, que pueden habitar en los sentidos y prácticas rápidamente naturalizadas en nuestros modos sociales del Siglo XXI. Allí vamos pues, sin coherencia, sin sistematicidad, sin erudición a reflexionar sobre la tecnología y nuestras vidas.

El sapiens-sapiens y el futuro de la conciencia
“Sabido es de todos que el hombre está constituido sobre el mismo tipo general o modelo que los demás mamíferos… las diferencias existentes entre el hombre y los animales… las más importantes es el sentido moral o la conciencia”. Charles Darwin. 

La conciencia ha sido tema, y obsesión, del pensamiento desde tiempos inmemoriales y la ciencia ficción, como visión futuro de la tecnología, lo ha tomado en reiteradas oportunidades. Novelas como El hombre bicentenario, de Isaac Asimov (1976) (convertido en una maravillosa película con la actuación de Robin Williams); y películas como I. A. (2001), La Isla (2005), o más recientemente Ex-machina (2014), Her (2013) o Never let me go, basada en la novela de Kazuo Ishiguro (2005), son apenas unos mínimos ejemplos de ello.

A través de todos ellas se podría trazar una pregunta común, intempestiva, que en cada caso toma sus matices, pero que podríamos resumir de esta manera: ¿Cómo se han relacionado y pensado la dupla tecnológica y conciencia? Una de las formas de este interrogante, que he podido constatar en mi limitada videoteca y no tan limitada biblioteca, ha tomado la forma de la pregunta por la conciencia de las máquinas. Entorno a este problema, se traman las historias y preguntas, ¿qué pasa con la libertad, con la conciencia de sí mismo, con el amor, con los sueños en robots, clones y humanoides? Si la conciencia nos define como humanos, ¿qué define a un clon?, ¿qué define a un robot? Las respuestas a estos interrogantes han sido extremadamente humanas, una mera proyección de nuestras propias formas de comprensión del mundo y de las relaciones sociales, puestas en otros biotipos, robots, androides, etc. En otras palabras, nuestro horizonte de imaginación no ha pasado la barrera de imaginar algo superior al sapiens-sapiens, a ese humano definido por la conciencia. ¿Podrá ser que la cultura occidental, mayor productora de estos imaginarios futurísticos sigue atrapada en su antropocentrismo y su geocentrismo? ¿Puede la tecnología revolucionar nuestra más específica cualidad: la conciencia? Y si puede, ¿qué transformaciones opera la tecnología sobre nuestra conciencia? ¿La Internet, como realidad específica habitada por todos, puede transformar nuestra percepción de nosotros mismos al punto de convertir nuestro entendimiento de la conciencia? ¿Con qué materiales podemos imaginar un ser humano, cuya cualidad primordial no sea la conciencia de sí mismo?

Si lo que definía, para Darwin, la evolución era la adaptación al medioambiente, y el nuestro es hoy más tecnológico que natural, ¿tendremos que pensar la evolución de la especie como adaptación al medio socio-tecnológico? La división naturaleza-cultura, ¿es replicable en términos de naturaleza-tecnología?

El intelectual indígena Fausto Reinaga, en su maravilloso texto El pensamiento amáutico, de 1981, explicaba cómo la historia de la Biblia, de Occidente y de su filosofía, es la historia “del miedo terrible de Dios a la ciencia”. “No comerás el fruto del árbol de la ciencia”, he ahí el mayor pecado, el pecado original. El concepto de culpa y castigo, todo el “orden moral”, está inventado para combatir la ciencia; para combatir la emancipación de los hombres del sacerdote. Toda la cultura de occidente se nutre de estas bases, incluso en Einstein hay lugar para el orden de Dios: “Dios no juega a los dados con el universo”, eternizó el científico. Pero ni Einstein ni Reinaga vivieron lo suficiente para ver este extraño momento donde la tecnología ha devenido Dios, y por tanto, no podrían preguntarse (aunque nosotros sí) si la tecnología puede convertirse en esa historia, en ese discurso, en esa forma de vida contra la emancipación del hombre. 

Conciencia e inteligencia artificial, ciencia y dios, emancipadores y religiones, culpas y castigos, likes y selfies, nuevos órdenes morales se construyen a velocidades donde queda poco lugar para preguntas como esta: ¿Y si la tecnología, como la religión de los últimos veintiún siglos occidentales, es la gran nueva enemiga de la conciencia?

Entre Lo and behold y Blackmirror, ¿qué sociedades nos esperan?
Tanto Blackmirror (la popular serie producida por Netflix) como, del otro lado de las vitrinas de la producción, Lo and Behold: Reveries of the Connected World (el  documental de 2016, dirigido y producido por el consagrado y mítico Werner Herzog) tienen como eje el impacto de la Internet, la robótica, la inteligencia artificial y de otras tecnologías en las sociedades del futuro cercano.

Sin quedarse en el maniqueísmo fácil entre una visión pesimista y una optimista de la Internet, y dejando de lado que las realidades tecnológicas (materiales y simbólicas, pero sobre todo los materiales) de Estados Unidos/Europa/Rusia (desde donde se producen y exportan estos contenidos) no están ni cerca de las preocupaciones de los problemas sociales latinoamericanos (neo-extractivismo, capitalismo salvaje, pobreza estructural, violencia represiva del estado, pérdida de derechos humanos, militarización extranjera de zonas estratégicas de recursos naturales, etc.), dejando de lado esas profundas diferencias, asumamos que las reflexiones sobre las sociedades tecnológicas que nos brindan Blackmirror y Lo and Behold pueden interpelarnos a nosotros también para reflexionar y tratar de entender las inmensas y veloces transformaciones a las que nos sometemos como culturas furiosamente dinámicas y conservadoras (al mismo tiempo).

A su manera el documental y la serie, sobre todo esta última, focalizan en aspectos negativos que tendría la tecnología sobre nuestro comportamiento. Pero con una notable diferencia, en Blackmirror es la tecnología la que define, induce, determina, condiciona, sugestiona y orienta los comportamientos que (a medida que avanza cada capítulo) nos van mostrando una versión negra de nosotros mismos. En el documental en cambio, las perspectivas giran en torno a lo que los humanos podemos hacer o no para condicionar el futuro de la tecnología y su inserción en nuestra sociedad. Si bien a su manera, cada una intenta interpelar al espectador a reflexionar sobre la tecnología, tal vez el espejo negro nos muestre solo un reflejo, posible o no, donde mirarnos, pero no una herramienta con la cual interrogarnos. Justamente uno de los valiosos testimonios que recorre Herzog, de Leonard Kleinrock (pionero en la fundación de Internet), nos advierte: “Lamento profundamente que el razonamiento analítico y el razonamiento imaginativo se hayan perdido… las computadores y en cierto sentido internet son los peores enemigos del razonamiento analítico (crítico) profundo. La juventud de hoy esta usando las maquinas para básicamente reemplazar su análisis de las cosas que estas observando, no entienden que están viendo o que están escuchando, que están aprendiendo. Dependen de internet que les diga y lo descifre por ellos, miran números en vez de ideas, no logran comprender conceptos, y eso es un problema”. Entre Blackmirror y Lo and behold, puede estar mediando justamente este problema, la Internet (la tecnología en general) como una máquina que no entendemos y nos da soluciones, o la tecnología como una herramienta para una reflexión crítica, a partir de las cuales seguir preguntándonos en busca de comprender los tiempos futuros-presentes. Será tarea para los lectores seguir reescribiendo estas preguntas para, entre la oscuridad y la contemplación, atinar a descifrar: ¿cómo afecta el futuro que imaginamos al presente que habitamos?

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