La política contempla una puesta en común que va más allá de las redes sociales, porque no se agota ahí. Las redes tienen una dinámica efímera. Se pasa de una información a otra en cuestión de segundos. Es al revés de las construcciones políticas, que son más lentas, que requieren un marco de acuerdo, una discusión sobre las acciones a futuro y sobre los marcos programáticos.
La analogía es tentadora, aunque tal vez no sea exacta. Con las redes sociales pasa lo mismo que con la televisión. El surgimiento de una nueva forma de comunicación masiva tienta a tomarlo como algo que explica todo un proceso social. La fascinación puede generar miopía. Por ejemplo, un estudio sostuvo que en China hubo una fuerte resistencia al gobierno comunista gracias a la televisión; este trabajo, que tuvo sus resultados en base a estudios etnográficos a finales de la década de los ochenta, soportó críticas por su excesivo optimismo. Suponer semejante planteo es pensar –por ejemplo– que el proceso de canalización de la indignación contra las mentiras de un gobierno fuera simple, y no lo es. No se explica cómo se articuló un proceso que puede tener múltiples explicaciones, cómo se entrelazó el movimiento (esto es: que sea pluriclasista indicaría una cosa, que sean los sectores medios o los sectores populares indicaría otra), qué tipo de alianzas se produjeron. Se borran las divergencias al interior. No todos canalizan de la misma manera la bronca, y a pesar de la oposición a un gobierno no se toma una postura uniforme.
Con Facebook y Twitter, la cosa tampoco es simple y lineal: es un espacio de interacción entre, por ejemplo, los políticos profesionales y sus posibles electores, pero no es universal. Observemos una cuestión simple: no sólo en lo que se refiere a la capacidad de acceso y de conectividad, sino a la competencia que esto requiere: no todo el mundo puede crear una cuenta o postear información o publicar enlaces: la brecha tecnológica no se resuelve de un día para el otro. Es un proceso de aprendizaje. Hasta puede ser una cuestión de generaciones o de clases sociales. La mala distribución de los bienes culturales puede generar desigualdad en el uso de estas herramientas. Partiendo de esta premisa, se puede tener cuidado con el optimismo que genera la aparición de las nuevas formas de interacción.
No obstante, es interesante ver qué uso hacen de Facebook o Twitter los políticos o las organizaciones. Qué tipo de imagen quieren crear. Qué consignas, eslóganes o propuestas tienen para la comunidad. O qué tienen que decir con respecto a los temas que aparecen en la agenda mediática. Cómo aprovechan los 140 caracteres que ofrece Twitter o las múltiples herramientas que están disponibles en Facebook (fotos, comentarios en el estado de la cuenta, aplicaciones, etcétera). Ver, por ejemplo, las publicaciones de Aníbal Fernández, del Canciller Héctor Twitterman –como lo llaman con sarcasmo- o de la mismísima Presidenta Cristina Fernández. Es un espacio de interacción que no debe ser desdeñado. Pese a eso, es importante no amplificar sus efectos. Es difícil que un tweet de Aníbal Fernández contra Cobos genere una congregación en Plaza de Mayo exigiendo la renuncia del vicepresidente, o al revés: que una declaración de Cobos produzca una marcha contra el Gobierno nacional.
Facebook y Twitter se basan en los denominados “lazos débiles”. De los posteos a una acción política coordinada hay un largo trecho. Se tienen que atender otras cuestiones: por empezar, las organizativas. Cómo se suma gente, cómo se la hace sentir parte, cómo se comparten las ideas, cómo se debate. Cuál es la división del trabajo entre los partícipes. El rol de los militantes y los adherentes –que no es lo mismo, es complicado–. Supone una permanencia en el tiempo (o lazos “un poco más fuertes”, sólidos).
Los diferentes políticos saben que es útil. Que pueden fijar posición. Que pueden hacer un cronograma con las actividades a futuro, pueden enviar invitaciones, pero eso puede ser sólo una parte del trabajo de construcción. La política contempla una puesta en común que va más allá de las redes sociales, porque no se agota ahí. Las redes tienen una dinámica efímera. Se pasa de una información a otra en cuestión de segundos. Es al revés de las construcciones políticas, que son más lentas, que requieren un marco de acuerdo, una discusión sobre las acciones a futuro y sobre los marcos programáticos. Y es probable que haya divergencias y deserciones. Es de un aliento mucho más largo. En síntesis: las redes ayudan, pero no son una ventaja en sí mismas. No todo surge automáticamente■