Los festejos con motivo del Bicentenario de la Revolución de Mayo fueron algo realmente sorprendente en todo sentido. Organización impecable, alta calidad de muestras y espectáculos, ejemplo de convivencia armónica de millones de personas circulando pletóricas de felicidad, con orgullo de ser argentinos. Hace un tiempo era impensable algo así.

Como siempre me sucede, lloré mucho de emoción en repetidas oportunidades, Pero hubo algo que me paralizó, que selló mis labios, y sacó mi alma fuera del cuerpo, esparcida, atomizada, buscando los rostros queridos y lejanos. Fue cuando me encontré con el mural alusivo a la PROVINCIA 25.

Frente a él quedé congelada por una especie de desesperación. Pensé en mi buena suerte y la de todos los que me rodeaban por participar de los festejos. Pensé qué hubiera sido de mí si me hubiera ido alguna de las tantas veces en que todo estuvo tan mal. Pensé, en suma, en lo que sentían los compatriotas que veían, desde sus países de residencia, la reproducción del apoteótico cuadro, que así de magnífico como se mostró, no pudo ni cerca describir lo que verdaderamente sucedía. Fue como dijo Fito Páez, encontrar una pertenencia que hace mucho buscábamos.

Sentí entonces, frente al mural alegórico, la enorme presencia de la ausencia de los seres queridos desparramados por el mundo. Mi evocación repasó rostros, voces y risas. Mi primer hombre, en Las Vegas, con su nostalgia creciente. Mis primos en España. El amigo “Bigote”, artista plástico, en Florencia. Emilio, en Puerto Rico. Mi ahijado, Dany en Miami. Enrique, en Rotterdam. . . Y los que aún carecen para mí de imagen y voz, porque son amigos virtuales. Todos sellando mis labios, anudando mi garganta y pialando mis pies en un paralizante orgasmo de emotividad inenarrable.

Sólo pudo rescatarme del trance la exclamación ¡faltan quince minutos! ¿Quince minutos, para qué?  Reaccioné cuando vi a Jorge que me decía con desmesurados ojos “¡para la hora cero del 25!”  Estábamos a cuatro cuadras del Cabildo. Nos apuramos. La ancha avenida era un río de gente que avanzaba hacia un mismo objetivo.

Íbamos a ser partícipes de un momento irrepetible en nuestras vidas. Y avanzábamos movidos por la enorme necesidad de festejar nuestra dicha, elevándola a la enésima potencia. Porque no éramos sólo nosotros. Éramos también los ausentes queridos. Tanto los radicados en el exterior, como aquéllos de tantos parajes alejados, tierra adentro. Los argentinos en el mundo. Todos los allí presentes, nos sentíamos delegados de la Provincia 25. Sólo así honrábamos realmente el cumpleaños número 200 de esta Patria que sentimos como el mejor lugar para vivir, a pesar de los pesares■

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