Si hay algo más perverso que estigmatizar, es usar al mismo sujeto tanto para excluirlo como para reivindicarlo, según las disputas políticas lo requieran. En todos los casos donde esto sucede, el elemento común es que no hay espacio real y nadie escucha los actores implicados en la problemática. Es así que se abre el debate ¿Puede hablar el subalterno?

Al hablar de estigmatización, inmediatamente vienen a nuestra mente las ideas de discriminación, segregación, la connotación negativa de algo o alguien. Pero si existe algo más injusto y perverso que estigmatizar, es el hecho de usar al mismo sujeto tanto para excluirlo como para exhibirlo, cuando no invisibilizarlo, según a la coyuntura le convenga. Constantemente se nos presentan múltiples y diversos ejemplos. Así, las personas inundadas en Barrio Mitre pueden ser saqueadores y delincuentes, o víctimas que en su peor momento siguen siendo solidarias con “hermosas sonrisas sin dientes”, según el conflicto Clarín – Gobierno lo demanden (más los capitales del grupo dueño del DOT). También puede pensarse en muchos movimientos sociales, como aquellos contra la megaminería, recientemente (y constantemente) reprimidos que pueden pasar de ser fundamentalistas cercanos al nazismo, en palabras de gobernadores cuyanos, a ciudadanos que arriesgan la vida por salvar los recursos naturales. Otra opción es hacer que dejen de existir, cuando ya pierden “interés” o utilidad para determinada disputa política.

Sea como fuere que se presenten, en todos los casos un elemento común los atraviesa: nadie da lugar o escucha realmente las propias voces de los protagonistas. Todo lo que conocemos sobre estos grupos son construcciones mejor o peor intencionadas de algún periodista, intelectual o comentarista.

Gayatri Chakravorty Spivak, teórica india, en 1985 publica un libro que generó, y genera aún, las más acaloradas polémicas al preguntarse “¿Puede hablar el subalterno?” para concluir que no.

Spivak hace referencia al status del sujeto subalterno quien, si bien físicamente puede hablar, no posee la posibilidad de expresarse y ser oído. Usa la categoría de subalterno para referirse a los grupos oprimidos y “sin voz”, ya sea el proletariado, las mujeres, los campesinos, pueblos originarios, minorías sexuales, en fin, todos los grupos de alguna manera estigmatizados.

Spivak explica que el sujeto subalterno no puede hablar porque no tiene un lugar de enunciación que se lo permita. No habría posibilidad de que el subalterno aprenda los lenguajes hegemónicos y a su vez se mantenga en su contexto nativo. Para esta autora, si un subalterno deja de estar silenciado, abandona automáticamente dicha condición.

Ahora bien, es innegable el aporte para la reflexión sobre esta problemática que incorpora la autora. Hay muchas cuestiones para repensar y replantear pero la asociación del silencio con la subalternidad y la consecuente estigmatización que esto genera, es por demás provocadora.

Podemos agregar, por un lado, que el silencio no es la única vía de acallar dichas voces. La otra cara de la estigmatización es la violencia, y es fundamental no olvidar esta cuestión. El estigmatizado no solo es dejado de lado, no reconocido, acallado; es también objeto de múltiples maltratos, represiones, incluso pudiendo llegarse a la muerte. La violencia es una de las múltiples (y peores) formas de hacer carne la estigmatización.

Además la estigmatización es más y no solo una creación burguesa o imperialista para someter a los oprimidos. Es, de alguna manera, una “co-producción” donde algunos actores son las víctimas de esta lógica. Esto implica dos partes, una relación de poder.

Pero volviendo a Spivak, es importante también poder relativizar sus dichos, para no desconocer los mecanismos de resistencia que despliegan los grupos oprimidos. Que una agrupación como el Mocase tenga su propia radio comunitaria, su periódico y su universidad; que los residentes del Barrio Mitre tengan organizaciones políticas y barriales; que los militantes contra la megaminería hagan cortes selectivos, performances y puestas en escena en edificios públicos, son formas de (o al menos intentos de) romper con el silencio impuesto. Es el movimiento dialéctico de ruptura del bozal que día a día, paralelamente, se perfecciona para volver a lograr su cometido. Porque si bien es cierto que las identidades se alteran a través de una nominación impuesta, no obstante, los reclamos que se articulan a partir de este hecho pueden desnudar el carácter contingente de los lugares asignados y modificar las posiciones del sujeto.

Ranajit Guha, historiador indio, fundador del Grupo de Estudios Subalternos, dedicado al estudio de los grupos oprimidos durante el colonialismo y el poscolonialismo en el sur de Asia, señala que la voz dominante (o hegemónica) ahoga las voces oprimidas “y es también por esta razón que debemos realizar un esfuerzo adicional, desarrollar las habilidades necesarias y, sobre todo, cultivar la disposición para oír estas voces e interactuar con ellas”. Este grupo de estudios intenta hacer del subalterno el sujeto soberano de la historia, escuchar su voz, tomar sus experiencias y pensamientos como dato tan válido como un documento. Porque si bien la reproducción de las injusticias en gran parte es explicada con el concepto de hegemonía, como conjunto de prácticas y dispositivos que cristalizan en un bloque consensual que legitima el dominio de determinados grupos sociales, como nos dice Gramsci, y que produce ciertas subjetividades, éstas no se cosifican, los sectores disconformes construirán tácticas y estrategias tendientes a derribarlas. Es por eso que el bloque hegemónico tiene que reforzar constantemente su legitimidad y credibilidad.

Para que una voz sea escuchada, y por tanto se politice, es necesario que se “intensifique” ya que no es posible una construcción contrahegemónica con una voz baja. Lo que las vuelve audibles es la intensidad, la capacidad de generar un espacio enunciativo capaz de imponer determinados discursos y temas.

Me atrevo a pensar que Spivak no desconoce esto, sino que más bien nos interpela a buscar dónde un subalterno puede hablar, cómo. Y si no lo hace, qué no estamos haciendo nosotros para escuchar

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