Resulta importante pensar las reformas (cualquiera sea) no solamente por su resultado, sino también y fundamentalmente, por el proceso mediante el cual se llega a él. Para decirlo rápidamente: la reforma de las prácticas sólo puede hacerse practicando la reforma; es decir pensando, probando, inventando, discutiendo y todo ello por el conjunto de la comunidad educativa. Cualquier reforma circunscripta a decisiones de gestión curricular parece estar peligrosamente destinada a, por un lado, no afectar a las prácticas que se quieren reformar y, por otro, abrir un debate que se restringe a la mera defensa corporativa de espacios de trabajo.

La discusión sobre la inclusión de la materia filosofía en el currículum de la escuela media de la Ciudad de Buenos Aires no se produce por una voluntad intrínseca a la comunidad filosófica de pensar y modificar sus modalidades de enseñanza, sino por un proyecto “bajado” de los escritorios del macrismo y, en ese sentido, la discusión se enmarca en unas condiciones específicas (predominantemente de defensa gremial, claro está). En tanto esta imposición coyuntural generó una saludable reacción en algunos profesorados y carreras de filosofía y ha sido dada con énfasis, resulta posible dar un paso más. Lo que es presentado como un pre-diseño dado a consulta puede ser un excelente motivo para involucrarse y participar en la reforma.

La decisión de que la materia pase a tener un régimen optativo responde, creemos, a las condiciones – que no son novedosas – en que se enseña la disciplina en la CABA. Actualmente la materia no tiene siquiera un programa, o contenidos mínimos, ni documentos curriculares que den cuenta del sentido y el enfoque de la asignatura; la mayoría de los docentes al frente de los cursos no tienen formación filosófica sino de otras disciplinas humanísticas y de hecho es una materia que no aparece en todas las orientaciones. Esta materia es frecuentemente, con obvias excepciones, un espacio de mera repetición y vaciado de sentido. Sin demasiado esfuerzo ni imaginación, pero también sin ninguna presión para proponer otra cosa, la decisión de la gestión de unificar el curriculum y validar una práctica usual en la que los contenidos de la materia son intercambiables con los de Psicología, parece reglamentar una situación de hecho.

Creemos que la propuesta es discutible desde el comienzo: en tanto los diseños prescriben la organización curricular, la sola formalización de su estatuto como optativo declara prescindible la formación filosófica y deja en manos de las autoridades de cada escuela la obligatoriedad o no de su enseñanza. Sin embargo, reiteramos, esta prescripción curricular refleja, al menos en parte, lo que de hecho ocurre con la filosofía en la escuela media de CABA. La desvalorización del rol docente en la escuela media y el olvido de este espacio, dominante en los espacios académicos, tiene seguramente su cuota de incidencia en este estado de situación. Una voluntad de modificar ese diagnóstico Implica la necesidad urgente de la filosofía de replantearse los modos de concebir su relación con el mundo: con los jóvenes, con los no-filósofos, con la sociedad, y en este caso, con la escuela secundaria.

El motivo que nos convoca, entonces, es el intento de reconstruir y sostener prácticas significativas, que den motivo para la defensa de la obligatoriedad de la filosofía en la NES. Ante este panorama, conviene precisar los argumentos.

¿Es en las virtudes del “pensamiento crítico” donde radica su valor? La filosofía promueve el desarrollo del pensamiento crítico y complejo, con habilidades específicas (competencias intelectuales, saberes procedimentales, pero también actitudes) que despliega ante los textos y los discursos. Aunque esas habilidades críticas no sean exclusivas de la filosofía, ésta es quien puede hacer de ellas objeto de estudio explícito y contenido de enseñanza.

¿Habrá que recurrir al saber filosófico, a sus conceptos, problemas, e historia? Seguramente, siempre que se brinden atendiendo a un vínculo con “la vida de los jóvenes”, como gusta decir a quienes denuncian –con razón- una tendencia al tecnicismo y al hermetismo del lenguaje filosófico. La exposición de sistemas y filósofos no transforma una clase de filosofía en una clase filosófica.

¿Será la filosofía la encargada de la “formación ética” de las personas, o del fortalecimiento de la convivencia ciudadana? ¿La guardiana de un orden político, o, incluso, la responsable de su transformación? Es en este aspecto que la filosofía ha sabido integrar su potencial con los propósitos de las instituciones escolares. Pero la filosofía también es ese momento en el que el pensamiento no admite ningún juez exterior a sí mismo, ni objetivos edificantes ni valores socialmente determinados. ¿Puede una propuesta de enseñanza albergar semejante tensión? ¿Puede ponerse todo bajo la mira de un pensamiento problematizador, con jóvenes en edad de ser formados? Paradójicamente, en este aspecto la enseñanza de la filosofía encuentre mayores justificaciones de su sentido en la escuela. La desnaturalización de lo dado, la ampliación de lo pensable, la radicalidad del cuestionamiento y la indagación permanente son los aspectos que más se valoran -en el ámbito educativo- de los espacios verdaderamente filosóficos.

Habilidades y procedimientos específicos, un corpus filosófico determinado, y una voluntad problematizadora de los saberes y las prácticas: allí encontraremos los elementos principales para pensar la organización de un espacio filosófico en la escuela secundaria. (Aquí diremos, simplemente, que esa organización no tiene por qué replicar la organización de la enseñanza y el aprendizaje académicos).

Pero acaso sea necesario decir algo más del valor de la filosofía en la escuela, algo menos destacado, habitualmente, que lo dicho hasta aquí. La insistencia en el potencial crítico y problematizador del pensamiento filosófico no debería opacar la contracara de la voluntad del filósofo: el deseo de saber, la búsqueda por la respuesta, la comprensión y la integración de los saberes que en la escuela se presentan fragmentados y desarticulados. La filosofía no sólo sospecha de los saberes, también construye los propios y proyecta mundos posibles. Como los jóvenes. La construcción de verdades transitorias, frágiles, que los jóvenes van creando a su manera, se puede intensificar con la filosofía; ella puede ofrecer un espacio de pensamiento colectivo para repensarnos juntos e inventar formas diferentes de ser y hacer.

La traducción de estas ideas en una propuesta curricular, y de modo más relevante, la encarnación de las mismas en el plano de las prácticas, requieren un profundo trabajo compartido de docentes, instituciones de formación y de producción académica75-NES_galazzi2

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