La política actual oscila entre lo verdadero y lo creíble. Lo verdadero, acaso aquello que la sociedad reclama a gritos; lo creíble, ese instrumento que sirve para salir del paso. El análisis de Hannah Arendt es una herramienta útil para intentar abarcar la complejidad que se erige como determinante: Más allá de una verdad o una mentira más, la manipulación de la realidad quita las posibilidades de comprensión y con ello de cambio.

“Si las modernas mentiras políticas son tan grandes que exigen una completa acomodación nueva de toda la estructura de los hechos –la configuración de otra realidad, por decirlo así, en la que entren sin grietas, brechas ni fisuras, tal como los hechos entran en su contexto original-, ¿qué es lo que impide que esos nuevos relatos, imágenes y “no-hechos” se conviertan en sustitutos adecuados de la realidad y lo factual?”

Pongamos contenido a la pregunta para hacerla más clara: ¿qué impide que el relato oficialista sobre las cifras del INDEC se vuelva un sustituto adecuado de la realidad?, ¿qué impide que las afirmaciones profético-catastróficas de Elisa Carrió se vuelvan hechos reales?, ¿qué impide que cualquier imagen política o cualquier relato sobre los hechos, sustituya lo factual?, ¿se lo puede impedir?, ¿qué consecuencias tendría la mentira deliberada y organizada, sobre el conjunto de la sociedad, en la realidad de los hechos?

Preguntas como estas son las que pone bajo la lupa la filosofa alemana Hannah Arendt en su texto “Verdad y Política” al cual pertenece la cita del comienzo. A través de este texto y de estas preguntas, intentaremos comprender algunas características de la política argentina. O más bien, mostrar alguna de las características de la política argentina, que la vuelven difícil, sino totalmente incomprensible.

Veamos algunas de las afirmaciones con que comienza Arendt, para desarrollar la confrontación entre verdad y política:

Primera afirmación: “siempre se vio la mentira como una herramienta necesaria y justificable no sólo para la actividad de los políticos y demagogos sino también para la del hombre de Estado”. Segunda afirmación: “las posibilidades de que la verdad factual sobreviva a la embestida feroz del poder son muy escasas; siempre corre el peligro de que la arrojen del mundo no sólo por un periodo sino potencialmente para siempre”.

La reciente discusión sobre la nueva ley de medios audiovisuales pone en total vigencia el planteo de Arendt. Porque, si bien toda realidad es construida a través de narraciones, hay una diferencia entre la sucesión de hechos, interpretaciones, opiniones sobre los hechos, y la actual capacidad del poder, a través de los medios masivos, de alcanzar la mentira deliberada y organizada. Por lo tanto, las dos afirmaciones expuestas se mueven entre: a) la narración de un hecho acomodada a los intereses de un grupo de poder y b) la posibilidad de la desaparición de la verdad de hecho. El punto al cual nos quiere conducir Arendt es mostrar que ninguna de esas posibilidades se concreta cuando el poder se ensaña contra la verdad y los hechos, sino una mucho más terrible.

Vayamos despacio. Volvamos nuevamente al texto: “La tradicional mentira política, tan prominente en la historia de la diplomacia y en el arte de gobernar, en general se refería a verdaderos secretos (…) Por el contrario, las mentiras políticas modernas se ocupan con eficacia de cosas que de ninguna manera son secretas sino conocidas de casi todos” (los casos de corrupción de público conocimiento abundan: Skanska, Antonini Willson, medicamentos truchos, etc.). Estas mentiras políticas modernas, tienen además el efecto de ser una forma de violencia, ya que a diferencia de la tradicional mentira política que ocultaba, la nueva mentira política destruye lo que sustituye con la imagen que crea. Al destruir una realidad y suplantarla por otra, al hacerlo sobre cosas de conocimiento público y dirigidas al total de la población, este tipo de mentira choca con toda la estructura de la realidad; porque cada hecho ocurre siempre dentro de un contexto, lo cual hace rastreable la mentira, en incongruencias y agujeros. Como explica nuestra autora: “En la medida en que la estructura en su conjunto se mantenga intacta, la mentira se mostrará por fin como si lo hiciera por sí misma”; pero se hace evidente entonces, que ante la moderna mentira política que ataca toda la estructura de la realidad, la mentira se hace imposible de descubrir. Entonces, volvemos a la pregunta del comienzo: ¿qué es lo que impide que esos nuevos relatos, imágenes y «no-hechos» se conviertan en sustituto adecuado de la realidad y de lo factual?

Nadie puede mantenerse completamente al margen de las ideas, interpretaciones y opiniones que se generan en su sociedad. Nuestra captación de la realidad depende de que compartamos el mundo con nuestros semejantes. No existe una objetividad tal, ni periodística ni científica, que pueda situarnos por fuera del campo de lo político y de los intereses como para poder analizar los relatos, las imágenes, las interpretaciones u opiniones; pero frente a eso, tenemos (¿teníamos?) cierta “irremediable tozudez de los hechos” que nos daban un sustento, una base común, desde la cual pensar la realidad. Sin embargo, si el análisis de Arendt nos resulta convincente, y existe la posibilidad de que el poder se vuelve contra la verdad de los hechos al punto de borrarla de nuestro mundo cotidiano, entonces efectivamente estamos ante un trauma histórico del cual debemos hacernos cargo.

Una de las conclusiones que extraemos del planteo de Arendt es bastante escalofriante, pero no por eso menos cierta (a interpretación de quien escribe):

A menudo se señala que la consecuencia del lavado de cerebro más cierta a largo plazo es una peculiar clase de cinismo, un rechazo absoluto a creer en la veracidad de cualquier cosa, por muy bien fundada que esté esa veracidad. En otras palabras, el resultado de una consistente y total sustitución de las mentiras por la verdad de hecho no es que las mentiras vayan a ser aceptadas en adelante como verdad, y la verdad se difame como una mentira, sino que el sentido por el que establecemos nuestro rumbo en el mundo real –y la categoría de verdad contra falsedad está entre los medios mentales para conseguir este fin– queda destruido (…) Para este problema no hay remedio.

Este es el resultado devastador contra el cual debemos enfrentarnos. No se trata de que un gobierno cualquiera pueda mentirnos y hacer todo lo posible por convencernos de esa mentira, sino de que a lo largo de los últimos 30 años, los políticos (gobernantes y opositores) han conseguido una manipulación tal de los hechos y relatos que hoy en día nos resulta imposible entender nuestra realidad y por consiguiente actuar en ella para cambiarla. Para el arte de gobernar es imprescindible la capacidad de previsión, de poder proyectar para el futuro y para eso es esencial, también, la posibilidad de comprender el pasado y el presente. Sería prudente que todos los actores políticos de nuestro país, siguieran esta recomendable sugerencia de Arendt:

el poder, por su naturaleza misma, jamás puede producir un sustituto de la estabilidad firme de la realidad objetiva”; y no abusar de esta otra de James Madison: “Todos los gobiernos descansan en la opinión.

No tengo respuestas, ni soluciones, ni vías por las cuales adentrarme en la resolución de este trauma histórico. Mis propias capacidades críticas se tambalean mientras trato de comprender la realidad y plasmar alguno de esos aspectos en estas columnas. Hasta encontrarle solución, seguiremos haciendo el intento de pensar, de dialogar con la intención de comprender un poco mejor la realidad que nos rodea, porque sin esa comprensión el cambio es imposible.

Para finalizar, valga una enseñanza histórica de las soluciones que se proponían frente a panoramas como el de la actual argentina. Ojalá nosotros encontremos otra antes de llegar a ese punto.

Así reza un antiguo adagio latino: Fiat iustitia, et pereat mundus. Fiat veritas, et pereat mundus. Que prevalezca la Justicia, la Verdad, o que desaparezca el mundo

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