Ante mandatos blancos de cabellos lacios; cuerpos sutiles e imposibles, en revistas de moda; ideales de belleza, que corren en una sola dirección, donde la sensualidad es representada con rasgos fáciles y respingados. Identidades hegemónicas venidas en barco. Ante semejante opresión, la alternativa entre obediencia y desobediencia es clave. Este texto elige la desobediencia, elige pensar nuestra constitución de mujer latina, indigenista y plurinacional, e intenta derribar la mirada eurocéntrica constitutiva de nuestras corporalidades.

Constituirnos mujeres
En el devenir mujer, se entrecruzan una multiplicidad de factores que los feminismos deben tener en cuenta. No todas las mujeres somos constructos sociales similares, no somos por “naturaleza mujeres”.
Nada en nuestra concepción es natural, y mucho menos si sos mujer en Latinoamérica.
El eurocentrismo definió a América Latina mediante la dominación, una dominación de la modernidad occidental que configuró mucho de nuestro no sentido.
Esto ocurrió a través de la aplicación de criterios destinados a imponer una nueva clasificación social de la población mundial a escala global. De esta clasificación, no han escapado nuestros cuerpos. Sobre la base de este hecho, se produjeron nuevas identidades: blancos, negros, indios y  mestizos, donde el “ser blanco” implicó ocupar lugar de privilegio.

Así pues, las formas de ser mujer en América Latina frente a la dominación colonial necesitan ser pensadas interseccionalmente para poder comprender, entre otras cosas, las distintas violencias que sobre nuestros cuerpos se ejercen.

La interseccionalidad (raza, clase, género y sexualidad) es necesaria para poder entender la preocupante indiferencia que los hombres muestran hacia las violencias que sistemáticamente se infringen sobre las mujeres de color, es decir, mujeres no blancas, víctimas de la colonialidad del poder, en términos de Anibal Quijano, e inseparable de la colonialidad del género, según María Lugones.

Por tanto, los géneros en Latinoamérica deberían ser pensados desde esta colonialidad del género para poder deconstruir el sentido femenino y reconstruirlo.

De este modo, doy inicio a un recorrido de pensamiento en donde nos propongo repensar nuestro ser en el mundo.

“No hay poder que no se ejerza sobre el cuerpo”. Michel Foucault
Mediante esta frase, nos invito a debatir el concepto de violencia. El  poder se convierte en una relación asimétrica constituida por la autoridad y la obediencia. Las  prácticas de dominación caen sobre los cuerpos, en donde la violencia simbólica no es menos corporal que lo que podríamos pensar como “violencia común”. Pues bien, ante semejante ejercicio de dominación a través de la violencia, es necesario preguntarse entonces, ¿nos construimos mujer? ¿Nos construyeron mujer mediante el ejercicio de la dominación?

Quizás el sistema es tan dominante que consideremos “natural” nuestro sentido femenino.

Quizás nos apropiamos de nuestra concepción de mujer como algo mágicamente natural. Somos mujeres, Dios así lo quiso…Pero nosotras decimos lo contrario: no somos por naturaleza, somos constructos sociales.

¿O no?

El eurocentrismo que nos ha moldeado
Anibal Quijano, en su escrito Colonialidad del poder, Eurocentrismo y América Latina, nos habla de un dualismo entre cuerpo y no cuerpo, dualismo propuesto desde la perspectiva eurocéntrica, pero que es oportuno desarrollar en este intento de responder las preguntas en torno a la construcción de nuestro género. Quijano nos dice que con Descartes ese dualismo muta y lo que era una copresencia permanente de ambos elementos en cada etapa del ser se convierte en una radical separación entre “razón/sujeto” y “cuerpo”. Desde este punto vista, el ser humano es un ser dotado de “razón”, y ese don se concibe localizado en el alma, por tanto el “cuerpo” es incapaz de razonar.

Producida esta separación entre “razón/sujeto” y “cuerpo” las relaciones entre ambos serán vistas como relaciones entre razón/sujeto humano y el cuerpo/naturaleza humana. De este modo, desde la mirada europea el cuerpo se fija como “objeto” de conocimiento fuera del entorno del “sujeto/razón”.

Hago toda esta mezcla de conceptos para permitirnos pensar la siguiente hipótesis: la objetivación del cuerpo femenino surge de la dualidad razón/cuerpo,  ya que, según esta concepción, el cuerpo es lo más próximo a la naturaleza, y lo convierte en dominable y explotado. Entonces me pregunto: ¿Tendrá, en este sentido, cierta lógica la frase que nos describe como el sexo débil?, puede ser factible.

Este dualismo incluyó no solo las prácticas de dominación racial, sino las de dominación sexual. En adelante la mujer quedó estereotipada junto con el resto de los cuerpos “inferiores”. Es probable, como plantea Quijano, que la idea de género se haya elaborado después de este radical dualismo.

Se abre así un nuevo paradigma en la construcción de los géneros que pone en jaque el concepto de racionalidad planteado por Descartes, racionalidad como característica universalizante, pero al mismo tiempo planteada como privativa de ciertos sectores, sobre todo varones blancos y europeos como estereotipo de razón/sujeto. Así pues, la tan mentada modernidad estructuró y normalizó los lugares que debemos ocupar como sujetos atrapados dentro de nuestras culturas. La idea de que las personas no podemos ser capaces de evolucionar sin los logros teóricos y culturales de Europa es uno de los principios característicos de la modernidad. Y, dentro de esta lógica argumentativa, los cuerpos y la presencia de sus alteridades no han estado incluidos. Sobre nuestros cuerpos, se construyeron paradigmas que aún hoy, en nuestro presente continuo, perduran y se retroalimentan sin noción del ejercicio de poder que sobre ellos existe. Nuestros cuerpos, dentro de una lógica jerárquica reproductora de esta estructura de poder.

Resistir en clave decolonial
Como nos dijimos anteriormente, la modernidad tiene su sustento supremo en la racionalidad, no obstante ello, distintas corrientes de pensamiento han alzado posición criticando fuertemente este postulado. Solo por mencionar algunas, podríamos referirnos a los feminismos, los estudios coloniales y su visión decolonial, el posmodernismo; estas corrientes de pensamiento han demostrado que la racionalidad de la modernidad es, en sí misma, excluyente. Esta racionalidad es la que ha permitido la creación de sujetos considerados más racionales que otros y ha establecido así jerarquías de poder: dominados y dominantes.

Los textos que fundan la modernidad sitúan a la racionalidad como una característica universal, pero planteada como propiedad exclusiva de algunos pocos. Estas jerarquías que seleccionan y normalizan tienen lugar también sobre los cuerpos, desde la idea de que no solo tenemos sujetos más racionales que otros, sino cuerpos más importantes que otros. En tal sentido, debemos darle relevancia al binarismo heterosexual, que traza el límite mediante el cual es posible reconocer qué es un cuerpo y qué no, es decir: un cuerpo humano, en nuestra cultura, es femenino o masculino, si no, no es cuerpo.

Así se dispara un dispositivo universal de funcionamiento, que permite establecer los vínculos de poder y sometimiento en el orden binario o, en otras palabras, una colonialidad de poder en clave política y corporal. Esta estructura de poder opresivo es la que permite que las mujeres podamos dejar de existir. Cuerpos en bolsas, mutilados, en basurales. Así podríamos pensar que incluso la colonialidad queda corta, impresionaría saber que ya somos propiedad privada de alguien, nuestros cuerpos tienen dueños en este sistema patriarcal cristianocéntrico.

Sobreviene una mirada interesante descripta como “La pedagogía de la crueldad”, emparentada con la mirada de Hanna Arendt en referencia al nazismo y su influencia sobre el surgimiento del totalitarismo, pues así la base de esta pedagogía radica en el totalitarismo. Una pedagogía muy útil para esta fase del capitalismo, que necesita de sujetos insensibles y desprovistos de empatía. Esta práctica se da sobre todo en  el cuerpo de las mujeres, los niños y las niñas. La pedagogía de la crueldad es funcional al capitalismo ya que entrena sujetos incapaces de identificar la presencia del otro. En esta fase del capitalismo, la corporalidad de las mujeres es un bien de consumo.

Ni sumisas ni colonizadas
Es necesario tratar de entender la forma en la que se construye la indiferencia de ciertos sectores de la población en relación a la violencia machista, para poder visibilizar los mecanismos por los cuales podemos ejercer nuestra acción libertadora. Buscar entender las formas en las que se construye esta indiferencia de los hombres, para convertirla y visibilizarla desde una perspectiva diferente al feminismo occidental y entender el patriarcado como la colonialidad del género.

Intentemos analizar críticamente la matriz de poder colonial que dentro del capitalismo persiste bajo formas totalizantes que reafirman y sostienen el binomio dominador / dominado. Diferentes movimientos, como los feminismos negros, el pensamiento queer, movimientos indígenas, se conforman en espacios interdisciplinares que abren nuevas epistemologías de conocimiento; espacios periféricos que plantean otras formas de concebir el mundo, y desmontan la mirada eurocentrista, sexista, étnica y patriarcal que aún hoy nos rigen en forma hegemónica.

Desobediencia en clave americanista es la propuesta que se aleja de aquellos mandatos coloniales que nos han moldeado, mediante la recuperación de territorios, de la memoria, del reconocimiento de nuestros pueblos y del cuidado de nuestro medio ambiente.

Entendiéndonos necesariamente anticapitalistas y antipatriarcales.

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