Existe hoy una suerte de consenso en la Educación Física sobre la necesidad de cambiar la larga tradición que ha vinculado a esta disciplina (valga la redundancia) con la salud, el deporte y la higiene. La propuesta es incorporar el concepto de “corporeidad” y dejar descansar un poco al “cuerpo”. El cuerpo nunca fue ni será neutral: lo podemos interpretar desde su dimensión trágica de la finitud o desde su dimensión liberadora y trascendental. Esto no se hace desde la teoría, sino desde la práctica, especialmente mediante una práctica pedagógica subversiva.
el animal propio
no se resiste: se babea
el animal propio
repta aúlla
pide carne
el animal propio simula
falsifica la copia
copula
el animal propio seduce
mira pero no mira
se huele
el animal propio
rasca con la lengua
traiciona
y se hace el muertito
(El animal propio, de Martín Loire, Rojo editores, Bs.As., 2005)
La Educación Física escolar en nuestro país se ha fundado históricamente en el mito que vincula a la salud, la actividad física (muchas veces confundida esta exclusivamente con el deporte) y obviamente también a la “vedette” del Estado moderno: la higiene. Una tríada incuestionada de la modernidad y del surgimiento de nuestro sistema educativo (funcional a un modelo de nación, a un proyecto cultural y desde ya que a un modo de producción).
¿Qué nos enseña esta escuela? En primer lugar, a moldear nuestros cuerpos, a disciplinarlos, a disponerlos ordenadamente. Nos convierte en “cuerpos dóciles”, obedientes y funcionales al orden social hegemónico, que responde al modelo cultural que la sociedad moderna patrocina. La disposición de los espacios y el uso de los tiempos, las posturas, los movimientos y las actividades impartidos en las clases de educación física entrenan nuestro “animal propio”, lo domestican. ¿Qué persona sueña formar esta tríada? La feliz, sana, pulcra, esbelta, exitosa, delgada, bien vestida (mejor si es a la moda y con marca conocida); básicamente el modelo que venden las empresas mediante la publicidad y los medios de comunicación (con complicidad desde ya de múltiples actores e instituciones favorecidas).
En segundo lugar, nos enseña a discriminar. ¿Quién no recuerda sus clases de educación física como aquel momento en que todas las cartas se tiraban sobre la mesa (o sobre la cancha) para determinar quién era el mejor? ¿Quién merecía entrar a la cancha y quién a sentarse en el banco de suplentes? Con fuerte espíritu competitivo, tanto las disciplinas de atletismo como los deportes van rotulando a los mejores y excluyendo al “resto”. Con seguridad un “animal propio”, salvaje, no es ni estéticamente ni económicamente atractivo: deja de ser funcional al mercado, deja de ser rentable. O al menos lo era hasta hace poco.
¿Este es el cuerpo de niños, jóvenes y adultos que esperamos la Educación Física forme? Supongamos que hacemos la vista gorda y no leímos nada sobre el disciplinamiento y la discriminación, ¿Este tipo de educación nos brinda realmente salud y felicidad? Nos topamos con múltiples evidencias en la vida cotidiana que nos demuestran que lejos de vivir plenamente nos “apestamos” bastante seguido, asistimos con frecuencia al médico, nos preocupan las enfermedades, nos asustamos ante el primer síntoma desconocido, fluctuamos entre diversos tipos de terapias – como la psicoanalítica, gestáltica u homeopática -, vamos al gimnasio, practicamos yoga, reiki o tai chi (solo por nombrar algunos). Todo para alcanzar el famoso bienestar que la Educación Física escolar nos intentaba vender como “espejitos de colores”.
Existe hoy una suerte de consenso en la Formación de la Educación Física sobre la necesidad de cambiar, empezando por incorporar el concepto de “corporeidad” y dejar descansar un poco al “cuerpo”. El cuerpo carga con un legado de dualismos: cuerpo-alma, cuerpo-mente, cuerpo-espíritu; y si bien es posible comprenderlos por separado (entiendo igual que alma, mente y espíritu no son exactamente lo mismo), a esta altura del partido es innegable que existe una íntima vinculación entra ambas dimensiones del ser; resurgiendo en los últimos años infinidad de corrientes holistas, guardadas desde la modernidad. Por otro lado, sabemos que el discurso del cuerpo nunca fue ni será neutral. Lo podemos interpretar desde su dimensión trágica de la temporalidad, de su fragilidad, precariedad y desgaste, es decir como alienación y emergencia, alejándolo de la enfermedad y de la muerte. O por otro lado como fuente creadora, productora, dinámica, poderosa (en el sentido foucaultiano), deseoso de goce, en síntesis como medio de liberación individual y colectiva. Por suerte la balanza se comienza a inclinar cada vez más hacia la segunda mirada.
El concepto de corporeidad aparece con la fenomenología, recuperando la conciencia, el sentido y la percepción. Siguiendo a Alicia Grasso, “Podemos pensar la corporeidad como la construcción permanente con que soy y estoy en este mundo. Soy yo y todo lo que me identifica, lo que nos singulariza como individuos y como grupo. Somos, estamos y trascendemos en esta vida mediante nuestra corporeidad; ella es el conjunto de presencias que da cuenta de la identidad, por eso está presente aun cuando nosotros no lo estemos físicamente: un elemento de nuestra corporeidad –como una carta escrita con nuestra letra, un reloj pulsera usado cotidianamente, el gesto de arquear una ceja que heredó un hijo, la frase de cariño que habitualmente decimos a los seres queridos, una foto o película con nuestra imagen, una camisa con nuestro olor – nos corporiza en el otro, en el mundo, aun después de muertos. La corporeidad es las manos y lo que ellas realizan; la lengua y lo que decimos; los pies, el modo de desplazarnos y el calzado que usamos; la boca y lo que elegimos comer; el físico que tenemos y la ropa que vestimos; los ojos y lo que registra la mirada; la nariz y el perfume recordado; la columna vertebral y la postura que adoptamos.”
Darle protagonismo a este concepto no implica reemplazar en el currículum formal una idea aceptada por otra nueva, sino un proceso de praxis complejo; porque si la práctica didáctica continúa siendo la misma, entonces solo obtendremos nuevos profesores conductistas con algunos conocimientos constructivistas. Es preciso que nos enfrentemos (docentes y alumnos) a situaciones conflictivas que supongan un desafío para nuestros conocimientos previos e ideas presentes, y así tomar conciencia de que “cuerpo” no es neutral y que nos queda chico. El cambio se produce identificando y recuperando el aprendizaje oculto en la praxis pedagógica, en el presente, pero también en el pasado (por ejemplo, recordando –pasando por el corazón diría Galeano- aquellos momentos de nuestra enseñanza primaria y secundaria, llevando nuestra memoria críticamente hasta aquellas clases de educación física propias o ajenas). Debemos recobrar el idioma corporal, trabajar la construcción de nuestra identidad para no sentir que nuestro cuerpo es un obstáculo, sino una caja de posibilidades.
Para integrar la idea de corporeidad como construcción y desarrollo de conciencia corporal, cuidado de la salud, aceptación de uno mismo y placer por el movimiento, es necesario construir esta identidad corporal que nos prepare para encontrarnos con nuestro “animal propio” y su forma de moverse, soltándolo, escuchándolo, facilitando la comunicación, la creación, el diálogo y el disfrute. Romper las formas, la de los cuerpos disciplinados, reprimidos y domesticados no es tarea fácil, menos en un sistema educativo fuertemente arraigado en esta cultura moderna y normalizadora. Esto no se hace desde la teoría, sino desde la práctica; especialmente mediante una pedagogía subversiva. Para ser subversivo e invertir, desestabilizar y revolucionar lo establecido, tenemos que ser valientes: el coraje y la creatividad son condiciones sine qua non. Para terminar, quizás quepa preguntarnos si el concepto de corporeidad debería ser únicamente objeto de la Educación Física. El concepto en sí mismo conlleva una subversión del currículum escolar y educativo en su conjunto. ¿Acaso la identidad corporal (corporeidad) no es algo que se construye transversalmente en diversos espacios curriculares, en la vida institucional misma? Mi animal propio rasca con la lengua y como puede traicionarme, por ahora me detengo aquí y la seguimos en otra parada■