La similitud con la que se usan estos términos podría esconder la posición en la que el sujeto es afectado o afecta a los otros.
El horror puede ser pensado como una emoción que altera vía el miedo, la conciencia. La cuestión psicológica del horror es bien simple, y se la puede resumir en la exposición a un fenómeno que deja al sujeto un poco más allá de sus posibilidades de procesamiento.
Es decir que, en el horror, el sujeto ha fracasado en su posibilidad de respuesta psíquica. Ha activado lo arcaico; es decir, la huida. Respuesta por excelencia de los organismos vivos. La huida podría no ser viable dado el colapso psíquico, ergo, predominaría como síntoma la parálisis general. Entonces el horror generaría la imposibilidad de dar respuesta, o bien de huir o la imposibilidad de huir. Depende del grado de afectación. El sujeto queda allí reducido por el estupor.
Lo anterior es válido, si entendemos el fenómeno que causa el horror como aquello disruptivo. Cualquier cosa, por ejemplo, un rayo, uno que cae cerca o uno que parte al medio a quien tenemos al lado.
En su auxilio, la negación: “Esto no puede estar pasando”, “Seguro estoy soñando”, etc., como mecanismo de defensa que intenta restituir la urdimbre de las dos realidades, la psíquica y la del mundo.
Así como físicamente el rayo es un fenómeno que intenta equiparar las cargas electromagnéticas de la tierra y de las nubes, la negación (y otros fenómenos psíquicos) es un intento de restitución de equilibrio.
Sin embargo, hay en el horror algo que lo separa de lo catastrófico del rayo, algo que se impregna con la imagen de uno mismo en el territorio de la muerte. Tal vez un otro, imaginario o real, al que se le supone una intencionalidad ominosa.
Desde la otra vereda, ese otro agente que representa el oficio de horrorizar completa la ecuación que comprende dos actores: la víctima y el victimario. Las disquisiciones acerca de cualquiera de las dos veredas son estériles, si no se las atiza en el terreno de la causa.
En el estereotipo vulgar del terrorista, elementos como: bombas, Alá, medio oriente, Batman, gente mala que quiere destruir el mundo y gente con barba larga, son el paso obligado para tener un abordaje serio del tema.
No obstante, vamos a esforzarnos para sumar apenas un elemento que nos ayude a pensar la cuestión del terrorismo.
La causa. Lo que al sujeto le hace causa. Lo que convoca al sujeto a realizar el acto “heroico” y que otorga a ese suceso la justificación necesaria es, en todos los casos, el mismo intento de restitución. Solo que se aplica a distintos fenómenos.
Una bomba y un rayo se parecen bastante en el sentido del terror. Pero no en el plano de la causa.
El acto de ejercer el terror sobre otros se sustenta siempre con un objetivo de control. Podemos agregar una cuestión de dominio, de superioridad:
Aprenda técnicas de terrorismo fáciles y efectivas
Le recomendamos que tome el control de su propia vida haciendo que los demás hagan lo que usted necesita.
Incorpore en simples pasos formas de doblegar al otro. Le aseguramos que encontraremos una manera de hacer que su causa se encuentre por encima de todas las demás.
Si nuestra cultura resignara de una vez las consideraciones acerca de lo bueno y lo malo, lo anterior, podría ser una publicidad común de un curso de coaching.
¿Habrá pensamientos impresos en nuestro ser de manera que dominar al otro sea un resabio de esa puja por la supervivencia? ¿Habrá uno que imaginariamente sea efectivamente superior? Todos los hombres fuimos niños y experimentamos agentes superiores que ejercieron sobre nosotros diversos afectos. Acaso el germen del dominio encuentra su debut en la ternura de la infancia, siendo objeto de otro materno al que necesitamos y a la vez somos doblegados.
Está claro que en el terreno de la evolución ser superior significa sobrevivir, sin embargo, este pretexto agresivo se vuelve opuesto en tanto que hay en la superioridad que se arroga el ser un núcleo que conserva los valores primordiales del sujeto. Por supuesto, sabemos que esos valores no le pertenecen a él, sino a una coyuntura entramada en lo familiar, lo social, en fin, lo cultural de la época. Sin embargo, las adopta para sí y las conserva como lo más intimo de su ser. Ese plexo oscuro en el que se ahuecan las cosas para ser rellenadas con lo que se excreta como ideal del yo. Esto es lo que el sujeto ama, su causa, su ideal. Aquello que hace que se justifiquen las bombas de cualquier lado de la vereda.
Defender la causa versus disfrutar de la obliteración del otro
A priori el terrorismo no tendría como fin en sí mismo generar horror, sino que sería bajo el influjo del miedo que se conseguirían los objetivos sean de nuestra vereda o no. Sin embargo, hay que hacer un esfuerzo para señalar el relieve perverso que esta cuestión suscita. Para decirlo todo, el placer del triunfo sobre el otro es indicativo de lo que nos queda de animales. Lo cual no nos exime de la responsabilidad de diferenciar la causa sostenida desde los ideales y la causa sostenida desde el placer de dominar a un otro por el placer que ello genera.
Reflexionar sobre el horror y el terrorismo como cosas inherentes a la vida humana nos acerca a eso de lo que nada queremos saber. Preferimos siempre alinearnos en ese plexo oscuro, aunque sea para seguir ahuecando estructuras para llenarlas con ideales altruistas. El cinismo es, incluso, solidario cuando todas las otras formas de causa se reducen a escombros frente al horror de ser espectador de una escena que comprende al mismo ser de ambos lados de las veredas.