Acompañada de la recesión económica nos chocamos con una crisis sanitaria mundial, este contexto adverso invita a cuestionar las prácticas que cimientan nuestra cultura y relación con la naturaleza, y a frenarlas.

En estos días atípicos −bajo la incertidumbre social en la que nos agarró esta pandemia− surgen espacios de reflexión que cuestionan el funcionamiento de nuestro sistema productivo y sus efectos en la naturaleza. Es importante recordar que este lazo es la base de la economía mundial. De la tierra, extraemos alimentos; de las montañas, minerales y de las rocas, petróleo. Este rasgo, acompañado del capitalismo arrasador donde todo es redituable, derivó en un sistema desgastante que se evidencia gracias a las sequías, la contaminación y la exclusión social de quienes más sufrieron a raíz de las prácticas extractivistas.

Una desmedida deuda ambiental

No es una cuestión nueva. Nadie es ajeno a la contaminación de los ríos, al aumento de vectores de enfermedad por condiciones sanitarias decadentes, a las inundaciones por deforestación o la incertidumbre por la falta de acción frente a estas cuestiones. Nos encontramos en un contexto adverso en el que a la sociedad y a las fuerzas económicas les cuesta reconocer que la crisis ecológica se evidencia como nunca y la consecuencia se manifiesta en cuotas constantes de una deuda ambiental desmedida.

Para tratar esta cuestión hay que entender que el hombre es parte del ambiente, por lo que la explotación lo perjudica en lo económico, social y sanitario. Esto se refleja en el hecho de que la contaminación del Riachuelo nos dejó sin agua potable o navegable. Somos los primeros responsables y los primeros perjudicados por los atentados contra el ambiente; las industrias contaminan el aire y las enfermedades pulmonares aumentan; creamos basurales a cielo abierto y fomentamos la reproducción de ratas y la expansión del dengue. Esta deuda afecta a todos los sectores de la sociedad, como antes se mencionó, nadie es ajeno, y la crisis ambiental y ecológica es ahora.

Liquidar la Deuda

Ante este contexto grave, resaltan diversas iniciativas y prácticas de sectores de la sociedad que buscaron construir alternativas al plan económico predominante. Experiencias de movimientos vecinales y campesinos que intentan hace años reportar esta realidad y revelarse contra este sistema productivo arrasador, promueven el mensaje de desarrollo íntegro de una economía sostenible para beneficio de toda la sociedad, alzan la proclama de los pobres y desamparados, los más perjudicados.

Desde que se comenzó a utilizar la semilla transgénica en los noventa para masificar la producción, perpetuar suelos a monocultivo y tierras a ser fumigadas, movimientos campesinos afectados denunciaron este modelo y comenzaron a desarrollar alternativas con prácticas agroecológicas libres de químicos que aportan al ambiente más del que toman de este, y promovieron así ecosistemas complejos en el que la flora y la fauna se autoregulan sin necesidad de fumigación para combatir plagas. Las prácticas de los cordones frutihortícolas periurbanos, de la mano de la agroecología familiar, demuestran ser un gran insumo para saldar la deuda ambiental ya que aumentan la eficacia de la tierra, al mismo tiempo que expanden la frontera de producción, y garantizan una soberanía alimentaria que perdure en el tiempo. Grupos campesinos, como la Unión de Trabajadores de la Tierra o el Movimiento de Trabajadores Excluidos, están impulsando en el Congreso de la Nación un plan para promover el establecimiento de estos cordones a lo largo de todo el país, buscando generar trabajo genuino y una economía justa e inclusiva.

A partir de la crisis del 2001, la cantidad de recuperadores urbanos empezó a aumentar; gente que encontró en el reciclaje de residuos una manera de subsistir económicamente. Con el pasar de los años, esta práctica se volvió más rentable gracias a las cooperativas de reciclado y a la articulación con distintos actores de la sociedad que hicieron más eficiente este trabajo, que promueven la recuperación de bienes de vida útil corta y contaminación prolongada. Esta profesión debe ser reconocida y dignificada desde la reinvención de nuestras costumbres, es un ejercicio simple el de adquirir un consumo responsable, reducir la generación de basura, reutilizar envases, reciclarlos y exigir el derecho a un entorno sano para todos los ciudadanos promoviendo, acercando y facilitando esta práctica.

Las experiencias de peleas vecinales y campesinas contra la privatización de espacios públicos y desmontes es otro ejemplo de cómo amortizar la deuda ambiental, los litigios contra la destrucción de ecosistemas únicos y pulmones verdes muestran la complicidad de las fuerzas de poder por perpetuar este sistema productivo extractivista que practica la explotación ambiental sin beneficio socio comunitario. Abundan los ejemplos a nivel nacional de estas luchas al igual que los terrenos que necesitan ser defendidos y revalorizados.

Inclusión y desarrollo sostenible

Estos ejemplos de prácticas populares son acciones que, como sociedad, debemos reproducir, defender, dignificar y enaltecer, ya que son expresiones que exponen la nueva filosofía de vida que necesitamos interiorizar, reconociendo al hombre como beneficiario de un ambiente sano y constructor de alternativas transformadoras.

Los terrenos en disputa son diversos, las aristas de la crisis ambiental son múltiples. Hace décadas que estas cuestiones se manifiestan y aún no se despierta en los ciudadanos la necesaria noción de urgencia que requiere este contexto. Los intereses de esta deuda escalan de manera exponencial y los más afectados son los que nos muestran el camino para saldarlos.

La construcción de una nueva conciencia colectiva arranca reconociendo el rumbo que queremos tomar como conjunto social, planteando las reivindicaciones que tenemos como ciudadanía y construyendo hacia las conquistas que creamos necesarias. En estos días de pandemia, en la que el mensaje de unidad y solidaridad suena tan seguido, es importante aprovechar el tiempo para indagar en las cuestiones que afectan a su comunidad y las iniciativas que estén tratándolas.

Así como la deuda aumenta, también se vuelve más grande el movimiento ambiental, un entramado social que reivindica la prédica de una lucha común en la que la sociedad se sobreponga al sistema económico extractivo arrasador que necesita de exclusión y destrucción para subsistir. Puede así desarrollar las alternativas necesarias para recuperar la tierra arrasada mediante un proyecto de inclusión y desarrollo sostenible y saldar la deuda con el ambiente y con los sectores que históricamente fueron más afectados.

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